La narrativa del presidente López Obrador de “estás conmigo o contra mí”, ha fracturado el debate público en México. Esta polarización, alimentada por discrepancias ideológicas y desigualdades socioeconómicas, ha creado un abismo entre grupos que, en lugar de dialogar, se enfrentan. El desbalance de poder después de la elección del dos de junio se ha acentuado, dejando a un grupo dominante y a otro en debilidad casi absoluta.

Muchos indicadores de bienestar social no mejoraron en los últimos seis años y las deudas históricas persisten: la inseguridad y la violencia aumentan, los servicios de salud son insuficientes, la educación no cumple sus promesas y el sistema de justicia sigue siendo poco accesible, y además, hoy politizado. Estos son problemas que requieren soluciones urgentes y una voluntad política que priorice el bienestar de los mexicanos por encima de los intereses partidistas, Lo cual nadie, ni el partido en el poder ni la oposición están priorizando.

Hoy México no solo enfrenta una polarización política, sino también una social. La intolerancia se ha vuelto la norma, con un oficialismo que legisla al dictado del presidente y una oposición que, sin un rumbo claro, se limita al rechazo. El Congreso, en lugar de ser un espacio de diálogo, se ha convertido en un ring de enfrentamientos estériles, donde la mayoría de Morena se despliega con arrogancia.

La bancada de este partido y sus aliados han abandonado su deber de representar a los mexicanos. La lealtad ciega al presidente ha eclipsado su responsabilidad con el país. En lugar de analizar y debatir, levantan la mano sin cuestionar las consecuencias de las reformas que impulsan. Este comportamiento ha convertido al Congreso en una máquina de aprobación automática, donde se ignoran las necesidades de la población.

La oposición, fragmentada y sin liderazgo, ha fallado en ser un contrapeso efectivo. En lugar de capitalizar el descontento ciudadano con propuestas concretas, se han quedado pasmados. Esto los aleja de sus votantes y de la realidad que enfrenta el país.

Mientras los partidos luchan por el poder, la ciudadanía espera respuestas a problemas urgentes. El Congreso dejó de ser un espacio para construir un mejor país. La obediencia absoluta al Ejecutivo, la lucha de egos y protagonismos está robando oportunidades de crecimiento económico y mejora social. La aceptación de apoyos sociales puede mantener una estabilidad momentánea, pero es insostenible sin políticas que promuevan el desarrollo y el bienestar real.

Es imperativo recuperar la política como un espacio de confrontación de ideas, no de personas. Tanto el oficialismo como la oposición deben recordar que su obligación es con la ciudadanía. En los próximos días, se estará vigilando a los 43 senadores de la oposición; el mandato que les otorgaron los millones de ciudadanos que confiaron en ellos es legislar con responsabilidad. No deben permitir la aprobación de la mal llamada Reforma Judicial, el aumento de delitos sujetos a Prisión Preventiva Oficiosa, ni la Reforma de la Guardia Nacional; tres reformas que van en contra de nuestra democracia. ¡Resistan, no abandonen a sus votantes!

El país no puede seguir siendo rehén de una polarización que beneficia a quienes prosperan en el conflicto. Se necesita una política que sume, que escuche y que construya. En este nuevo contexto, es crucial abrirse al diálogo y reconocer que algunas propuestas del nuevo gobierno pueden ser beneficiosas. La candidata electa, Claudia Sheinbaum, también deberá asumir que al tener tanto poder, tiene la responsabilidad de no avasallar a las minorías, debe gobernar para todos y todas. Tendrá que abordar la grave polarización que tenemos de forma estratégica para forjar soluciones reales.

Presidenta de Causa en Común

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