La corrupción en México ha sido un problema de décadas y, de la misma manera, la promesa de combatirla ha sido un eje central en las campañas electorales de todos los partidos políticos; Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum no fueron la excepción. No solo eso, sino que convirtieron la lucha contra la corrupción en uno de los pilares de sus discursos, pero en la práctica han perpetuado un sistema aún más corrupto.
El discurso anticorrupción elaborado desde el concepto ideológico de la autodenominada "Cuarta Transformación" ha sido una trampa, un instrumento para ocultar abusos de poder, centralizar recursos y eliminar contrapesos democráticos. Se ha utilizado para desacreditar adversarios, desmantelar instituciones públicas y justificar la acumulación de poder en manos de una élite. La eliminación de órganos autónomos, el debilitamiento del Poder Judicial y la militarización son muestras de cómo se ha manipulado esta narrativa.
El abuso del poder también ha involucrado alianzas con grupos criminales. La compra y coacción del voto en estados como Sinaloa o Sonora demuestran que la corrupción no solo es una práctica gubernamental, sino que se ha mezclado con el crimen, consolidando un estado de impunidad.
Mientras el presidente anterior repetía que desde que él llegó ya no había corrupción en México, y la actual mandataria sigue repitiendo como “mantra” que la corrupción no se permite en su gobierno, el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional vino a desmentirlos. Solo le ha dado 26 puntos (de 100 posibles) a México en 2024, una caída importante desde los 31 puntos obtenidos en 2021. Esto demuestra que, lejos de avanzar, retrocedemos.
A los mexicanos la mentira y la corrupción nos provocó algo similar que las violencias: nos ha adormecido. En todo el país se producen escándalos debido al mal uso del poder y de los recursos públicos. Las personas en el poder se saltan las leyes impunemente, se minan las principales instituciones sociales, y todo en una cantidad tal imposible de procesar, que se normalizan estas conductas que en otros países serían imposibles de aceptar.
Los seres humanos tenemos una puerta de entrada de la realidad, que como explica la doctora Genara Castillo es a través de nuestros sentidos: vista, oído, etc., de cuyos “insumos” se alimenta la inteligencia. Es decir, nuestro cerebro está registrando continuamente la realidad, y si lo que abundan son conductas de corrupción, mentiras, violencias extremas, entre otras, entonces existe la posibilidad de aceptarlas como normales. Esto provoca una indiferencia social, donde se empieza a considerar que la mentira y la verdad, o la honestidad y la corrupción, o la paz y las violencias son iguales. Esta indiferencia erosiona los lazos sociales y la capacidad de exigir justicia.
Por eso, no deberíamos seguir siendo indiferentes frente a la mentira y a la corrupción. No deberíamos seguir justificando “no importa que robe, si reparte” “no importa que roben, con tal de que haga obra”. La 4T comprendió muy bien el sentimiento de las mayorías, utilizándolos no para mejorar sus vidas, sino para enriquecer a sus allegados y empoderar redes de corrupción, como las factureras fantasma, el huachicol, el crimen organizado. Lo más grave es que hay un montón de gente que no se ha dado cuenta que con ese dinero se pudieron hacer hospitales y salvar vidas en la pandemia, escuelas y salvar niños de la ignorancia, policías profesionales y evitar asesinatos o desaparecidos.
Debemos tener claro que el objetivo último de la lucha contra la corrupción (desde la más cotidiana hasta la institucionalizada y la criminal) es lograr una mayor igualdad, derechos sociales, trabajo bien remunerado y una paz positiva. (Colaboró René Gerez)
Presidenta de Causa en Común