Habría que preguntarse qué tipo de infancia tuvo el Presidente, qué tragedias vivió o provocó para que hoy sea un mandatario manipulador y vengativo, al que no le conmueven las víctimas ni las masacres.

Andrés Manuel López Obrador llegó al poder prometiendo una transformación. Aprovechando que había recorrido el país y escuchado las quejas de la gente, usó el resentimiento social como combustible para impulsar su campaña, asegurando que, con él en la presidencia, los pobres estarían arriba y los ricos abajo. Garantizando que acabaría con la corrupción y la impunidad. Millones creyeron en sus palabras. Sin embargo, todo quedó en palabras huecas, y lo que se prometía como un gobierno de transformación se convirtió en el colapso de instituciones públicas y en descomposición social.

De todas las carencias y fallas que tuvo este gobierno, el fracaso en seguridad y justicia es su legado más claro. En este sexenio, la violencia ha alcanzado niveles históricos. El Presidente vendió una narrativa falsa al país: que la pobreza y la corrupción eran las únicas causas de la inseguridad, y que su solución llegaría mágicamente con programas sociales y voluntarismo. La realidad fue muy diferente. 197,563 asesinatos, 49,830 desaparecidos y no localizados, más de 30 mil niños reclutados por el crimen organizado, y al menos 398 mil personas desplazadas. Su gobierno no solo permitió, sino que exacerbó el control territorial del crimen organizado, que ahora domina al menos el 30% del país.

En lugar de enfrentar al crimen, el Presidente optó por una estrategia que parecía más un pacto: abrazó a los criminales en lugar de investigarlos y detenerlos. Esto provocó que hoy miles de mexicanos paguen "derecho de piso" por trabajar, por tener una casa o incluso por tener un árbol que dé sombra. En esta lógica de complicidad, el Presidente dejó a su suerte a la población, mientras el país se sumía en una ola de violencias sin precedentes.

Sin embargo, quizás lo más preocupante es su dependencia y alianza con las Fuerzas Armadas. El Ejecutivo no solo militarizó la seguridad pública, destruyendo a la Policía Federal y asfixiando a las policías locales, sino que convirtió a los militares en actores políticos y económicos clave. Les entregó el control del espacio aéreo, marítimo y terrestre, además de permitirles manejar negocios como una aerolínea y centros turísticos. El poder militar nunca había sido tan grande ni tan peligroso para la democracia en México.

A 11 días de dejar el poder, consolidó su legado militarista. Impulsó una ley que garantiza que las Fuerzas Armadas estén por encima del poder civil, normalizando su intervención en esferas que no les corresponden. Esta ley, aprobada con mayorías artificiales en Diputados y la próxima semana en Senadores, formaliza la militarización del país, y deja a México en manos de un aparato que no está preparado para garantizar la seguridad ciudadana.

Tal vez no hoy porque él y sus seguidores están en el poder, pero tarde o temprano Andrés Manuel López Obrador será recordado como el presidente que aplastó derechos y libertades, y convirtió a México en un Estado autocrático, donde el voluntarismo de unos cuantos es ley. Aunque tuvo la gran oportunidad de transformar el país, prefirió consolidar el control del crimen y el poder militar sobre el pueblo. Su promesa de un país más justo quedó enterrada bajo el peso de su incapacidad para enfrentar los problemas reales y su deseo incontrolable de mantenerse en el poder, cueste lo que cueste, incluso tratando de someter a la próxima Presidenta de México. (Colaboró Vanessa Matamoros Nava)

Presidenta de Causa en Común

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