Este domingo, mientras celebramos el Día del Padre, una incómoda realidad se mantiene en las sombras: Los hombres también sufren el peso de las expectativas de género, especialmente cuando se convierten en papás. El machismo, casi siempre señalado desde sus efectos nocivos en las mujeres, se convierte en una trampa emocional que impide a los hombres experimentar plenamente la paternidad y compromete su salud mental.
La Organización Mundial de la Salud ha demostrado ampliamente cómo las normas tradicionales de masculinidad estigmatizan la búsqueda de ayuda para problemas de salud mental y limitan el conocimiento y la capacidad de los hombres respecto a su bienestar emocional. Los padres enfrentan una cruel disyuntiva: Se espera que sean proveedores fuertes e inquebrantables, pero al mismo tiempo se les niega el derecho a mostrar vulnerabilidad, miedo o necesidad de apoyo cuando la paternidad los abruma.
Esta presión se manifiesta de formas destructivas. Según el American Institute for Boys and Men, en 2023 los hombres tenían casi cuatro veces más probabilidades de suicidarse que las mujeres, y muchos de estos casos estaban relacionados con la incapacidad de expresar sus luchas emocionales. Por otro lado, la paternidad, lejos de ser solo una fuente de alegría, puede convertirse en un disparador de ansiedad, depresión y sentimientos de inadecuación cuando los padres no pueden cumplir con las expectativas sociales de ser el pilar de la familia. De acuerdo con estudios del UT Southwestern Medical Center, en Dallas, 1 de cada 10 padres luchan contra depresión y ansiedad en el periodo posparto.
Sin embargo, alrededor del mundo están surgiendo movimientos que desafían estos paradigmas tóxicos. En Suecia, el fenómeno Latte Dads ha revolucionado la percepción de la paternidad. Estos padres, quienes toman su café matutino mientras cuidan a sus bebés durante sus permisos de paternidad obligatorios, han normalizado una imagen de masculinidad que abraza el cuidado. Según reportes de la plataforma Fatherly y el World Economic Forum, en 1974 solo el 0.5% de los padres suecos tomaba licencia de paternidad y ahora es socialmente sorprendente cuando no toman varios meses de permiso. Esta transformación ha permitido que ellos desarrollen vínculos más profundos con sus hijos y experimenten una paternidad más plena emocionalmente.
El impacto va más allá de lo individual. Durante la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW69), celebrada en marzo de este año en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, asistí a la mesa “Hombres y cuidados: Nuestro futuro en juego”, convocada por delegaciones africanas para reflexionar cómo la participación equitativa de los hombres en el cuidado no solo beneficia a las familias, sino que es esencial para lograr la igualdad de género a nivel global. Organizaciones como MenCare lideran campañas innovadoras que transforman las nociones tradicionales de masculinidad, y promueven un modelo de paternidad más presente y no violento. El informe “State of South Africa’s Fathers 2024” revela cómo estos esfuerzos comienzan a cambiar las dinámicas familiares en comunidades donde históricamente los roles de género han sido muy rígidos.
Estos movimientos reconocen una verdad que debería gritarse: Los papás también lloran. Regalémosles la posibilidad de admitir que no tienen todas las respuestas, ni son superhéroes, ni está mal si pide ayuda cuando se siente agobiado. Papá es también una persona haciendo su mejor intento; entre más presente, más capaz será de criar hijas e hijos emocionalmente saludables. Pero esta no es una labor solamente de ellos, la sociedad entera debe participar para resignificar este rol, lejos del machismo. Eso, sí que estaría padre.
@MaElenaEsparza