“ Integridad Electoral significa que, una vez que se han contado los votos , los resultados deben ser aceptados, independientemente del nivel de decepción de los candidatos derrotados”.
Las elecciones del martes 3 de noviembre en los Estados Unidos han dejado un sinnúmero de enseñanzas para todas las democracias en el mundo. Experiencias que permiten mirar éxitos y fracasos, para aprender de ellos.
El tema que más llamó la atención fue su diseño electoral y lo obsoleto que para algunos es el método de votación indirecta (colegios electorales). Diversos expertos advierten ya la necesidad de transitar a un sistema de mayoría simple. Para ellos los colegios electorales no reflejan el sentir de la mayoría y, en cambio, facilita el gobierno de las minorías, como ocurrió con la elección del aún Presidente Trump o de George W. Bush; quienes ganaron perdiendo en el voto popular.
La principal característica del sistema estadounidense deriva en que, si bien no es una democracia tradicional -en el sentido de que gana quien más votos tenga- sí es un diseño original donde el votante obliga al elector (la Constitución otorga a los Estados la facultad de nombrar electores) a votar por quien ha mandatado la mayoría.
Y, de hecho, en julio pasado la Corte Suprema decidió que dichos electores pueden ser obligados a votar por quien les ordenó la ciudadanía, pese a no existir esa previsión legal. Decidió que los electores no pueden desafiar el mandato del pueblo y votar por alguien diferente a quien los ciudadanos les han obligado, pese a que un tribunal colegiado ya había dicho lo contrario.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el proceso de judicialización de las elecciones. No es la primera vez que un órgano jurisdiccional tendrá la última decisión. Pasó con la elección del Presidente George W. Bush y los resultados en Florida, como ocurre ahora en estados como Nevada y Georgia.
Que se judicialicen las elecciones no es malo per se. Por el contrario, da certeza a las elecciones y, a su vez, otorga mayor legitimidad a los resultados. Por ende, al ganador. De ahí que el papel jurisdiccional otorga estabilidad, siempre y cuando los candidatos se comprometan a aceptar los resultados, lo que en esta ocasión aún está en tela de juicio.
Además, debemos destacar las victorias de las mujeres. No solo tenemos, por primera vez, a una mujer vicepresidenta, sino que, en general, habrá más legisladoras. Según las proyecciones habrá al menos 106 mujeres en la Cámara de Representantes, con el apoyo de ambos partidos lograron rebasar el umbral de las 100 legisladoras. Sin embargo, aún no pasan el techo de cristal del 30%. Además, acentúa que 46 de ellas son afrodescendientes, seis representantes transgénero o género no binario.
Otro aspecto relevante es la reelección, donde la gestión es la mejor campaña. No por ser gobernante tienes garantizada la reelección. Su desempeño puede ser su peor enemigo como pasó con Trump. Sus años de polarizar, su división y no inclusión de la sociedad estadounidense ocasionó su fracaso electoral. Así, Donald Trump se suma a los Presidentes Bush (padre), Carter y Ford en intentar la reelección y perder.
Por último, no debemos perder de vista los efectos y daño que genera la no aceptabilidad de la derrota. Así, debemos partir de que todo sistema electoral debe tener como sustento la posibilidad de permitir el recuento de votos, para erradicar la terrible duda de un fraude electoral o cualquier mala práctica. No obstante, debe estar acompañado necesariamente de la integridad de los actores políticos para aceptar y acatar esos resultados. Lo que en el caso no ocurrió pese a tener ya resultados irrevocables en favor del Presidente electo, Joe Biden.
La forma y modo en que hace cuatro años se declaró la victoria del actual Presidente, es la misma con que hoy se está diciendo que los resultados no le favorecen. Los estadistas y transformadores se dan a conocer en estos momentos.