La mentira se ha instalado y normalizado en México a través de las acciones del actual gobierno, particularmente, de la presidencia de la República. Esto ha provocado un grave deterioro en el tejido social que nos divide como pueblo. Las herramientas de este gobierno para mantenerse a salvo en el poder han sido la polarización, el odio, el linchamiento, pero sobre todo la mentira. Lo afirmo porque lo veo todos los días.
Han ocultado la verdad con toda intención, a través de “las mañaneras”, para no hablar de la realidad de nuestro país. Es conocida la frase: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Se trata de un disparate que decimos constantemente y, a veces, hasta lo llegamos a creer. Lo cierto es que una mentida repetida mil veces es mil veces más grave. Y viniendo del presidente de la República es todavía más grave por la responsabilidad del propio cargo.
Han utilizado la mentira como método y han enseñado a mentir sin vergüenza alguna. Para muestra hay muchos botones, Arturo Zaldívar, el exministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, callaba cuando se reducía el presupuesto del Poder Judicial de la Federación, presupuesto que él mismo había pactado para después aceptar humillado el recorte a sabiendas del déficit que tenían los juzgados. O cuando se defendía diciendo no estar enterado del contenido de la ley que utilizó para pretender extender dos años más su mandato como presidente de la Corte. Deberían de ver el nivel de compañeras y compañeros diputados de Morena que por quedar bien con el Ejecutivo, mienten al grado de declarar que López Obrador es “el presidente de la salud”.
Han enseñado también a odiar. La mentira fomentada desde el gobierno tergiversa los hechos y exalta, todo lo cual genera, evidentemente, un discurso de odio que se expresa todos los días y que ha generado fanatismo puro. Todos conocemos personas que se han convertido en unos verdaderos fanáticos fundamentalistas que rompen amistades y hasta terminan por quebrar ambientes familiares.
Han roto el vínculo fundamental entre la ética y la política. Por eso hay un claro deterioro de la honestidad pública. La consecuencia ha sido los altísimos niveles de corrupción que abren paso a un camino cínico que combina la mediocridad, la corrupción y la impunidad familiar e institucional.
Desgraciadamente hoy asistimos a “la banalización de la mentira”: Hace unos días una mujer, víctima de este ambiente, señaló que lo importante era que el presidente López Obrador era “sincero con su mentira”. Vaya manera de trivializar la mentira, ahora resulta que si eres sinceramente mentiroso no importa.
Pero sí importa y tenemos que cambiar.