La Política supone diálogo y encuentro, se basa en acuerdos y negociaciones; se requiere incluso disponibilidad para ser persuadido si encontramos razones valiosas en el otro. Lo que la Política no puede significar es rendición y claudicación de principios y, mucho menos, de la libertad que nos da dignidad como seres humanos.

La Política deja de ser ese instrumento de convivencia y entendimiento en la construcción del bien común cuando se sustituye el diálogo por la cooptación y el sometimiento de voluntades. Cuando eso pasa la democracia está en riesgo.

En México estamos amenazados por el fascismo puro, por el populismo al que no le interesa el diálogo sino el sometimiento absoluto. Esta usurpación por parte del fascismo empieza con los propios (es decir, dentro de Morena): de entre los miembros del gabinete los que no adulan a la cabeza no reciben presupuesto además de que, poco a poco, se han ido aquellos que señalaron errores y no se dejaron humillar. Para someter la voluntad está la entrega de dinero clientelar para los más pobres y concesiones para los más ricos. Todo a cambio de su libertad para decidir o para expresarse.

El populismo anula la voluntad de las personas, las humilla, aunque no se enteren. Lo que vimos en el Senado de la República es una muestra del drama de lo que pasa en el país con respecto a la libertad de expresión. Un gobierno poderoso amenaza y chantajea a quienes pueden votar diferente y logra, por ejemplo, que un Senador de la República le dé la espalda a sus amigos —algunos hasta cómplices—, traicione a sus electores y cambie de principios que algún día prometió defender.

El gobierno actúa inmoralmente cuando chantajea, porque el poder público no es para eso. Por otra parte, también es inmoral e irresponsable el que se deja chantajear y humillar. Al poder del dictador —muchos lo han dicho— hay que enfrentarlo con valentía y con dignidad y quien tiene un cargo no tiene derecho a ceder al chantaje.

El gobierno de Morena ha establecido una fábrica de cooptación de voluntades. Prefiere primero ingresar a sus filas a quienes tienen un pasado de corrupción, lo mismo si son empresarios que miembros del poder judicial, legislativo o integrantes de órganos autónomos y hasta directores de instituciones. Los amenazan, caen en el chantaje, en la extorsión y obtienen el voto requerido o la renuncia, mientras los demás nos quedamos mirando en silencio.

Quienes se han dejado coaccionar no se han dado cuenta que, aunque perverso, ellos han celebrado un pacto con ese gobierno que coacciona, y lo hacen a sabiendas de que no hay garantía por parte del gobernante de respetar el acuerdo. ¿Qué no han visto que los que gobiernan ahora no necesitan probar su dicho para meter a alguien a la cárcel? ¿Qué garantía tienen de que no serán perseguidos si, en algún momento, este gobierno necesita encarcelarlos para ganar una elección? Y si todo ello nada más fue por obtener un cargo público es todavía más reprobable y da muestra que el cargo no lo merecía.

Pasarse a la acera de enfrente, abandonar los propios principios, consolidar el sistema que está acabando con la Democracia no sirve más que para hacer evidente que no hay dignidad y que los actuales gobernantes podrán hacer lo que quieran con uno. Muchas gracias a los que han resistido, a los miles de funcionarios, empresarios, congresistas, y a los que se sostienen en la oposición valientemente frente al poderoso de morena que en lugar de dialogar prefiere comprar.

Agacharse no servirá de nada. De esta manera, la dignidad va disminuyendo paulatinamente hasta que se pierde por completo y, cuando se ha perdido, cuesta mucho recuperarla.

Diputada federal

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