La violencia no es sino la expresión de la debilidad. Es el último recurso de quienes tienen miedo de los ideales de los demás. Ante los actos de barbarie que vivimos todos los días, los ciudadanos no podemos sino voltear la cara hacia quienes elegimos democráticamente para que llevaran las riendas de este país. Y lo primero que buscamos, además de una respuesta firme y valiente contra la ola de criminalidad, es una mirada empática. Buscamos encontrar en nuestros gobernantes algo que nos haga constatar que son capaces de sentir lo que sentimos todos los mexicanos cuando vemos cómo son asesinados cinco jóvenes. Si nuestro presidente no muestra solidaridad, es fácil que no lo creamos capaz de actuar con inteligencia y con firmeza para impedir que estos sucesos sigan lacerando la vida de todos los mexicanos.
La ola de violencia que vivimos en México es la peor que hemos vivido en la historia de nuestra Patria. Estos días ha alcanzado unos niveles inimaginables porque viene acompañada de crímenes cargados de odio y crueldad como no habíamos atestiguado antes. Los cinco jóvenes de Lagos de Moreno murieron en condiciones que debieron habernos obligado a guardar un profundo silencio y mostrar solidaridad a las familias de Uriel, Dante, Diego, Jaime y Roberto.
No fue así. El presidente que dice reunirse todos los días a las 6 am con su gabinete de seguridad, seguramente fue informado de la tragedia. ¿Por qué no inició su “mañanera” al menos con un mensaje de solidaridad para con las familias de las víctimas? Nadie se lo explica.
Por el contrario, en esa mañana, no hubo para los jóvenes y sus familias ninguna alusión. Algún periodista le preguntó sobre lo sucedido en Lagos de Moreno y el Presidente dijo que no escuchó y que había mucho ruido, por lo que contestó con un chiste. Que no escuchó la pregunta. Se lo creo, porque no es alguien que escuche: no escucha a las víctimas, ni a las mamás de los desaparecidos, ni a las mujeres, ni a quienes perdieron su derecho a la salud, ni a las que se quedaron sin estancias infantiles, ni a los papás de los niños con cáncer, ni a la oposición.
Y por si fuera poco es increíble e inadmisible que frente a las tragedias como la de los jóvenes de Lagos de Moreno, López Obrador siempre logra aparecer como víctima; se miró a sí mismo y no volteó a ver la verdadera tragedia en la que se han convertido las calles de los pueblos y las ciudades de México.
La autoridad es la primera obligada porque tiene el poder, pero los demás, quienes caminamos todos los días en nuestras calles, no podemos normalizar la violencia, desde nuestros lugares no podemos ser indiferentes al dolor ni a la zozobra que deben tener los jóvenes de México frente a la violencia criminal y un Estado que no responde
Salomón, el antiguo rey de Israel, tuvo un sueño en el que Dios le invita a pedirle un don. Este grandioso rey no le pide gloria ni riquezas, sino que le responde: “dame un corazón prudente para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. Ante eso, Dios le contestó: “por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente”. Además, lo sabemos, Dios le concedió gloria y riqueza.
Esta historia ha inspirado numerosas reflexiones en torno al poder que deberían leerse mucho más entre quienes desean gobernar a nuestro país. La sabiduría, la prudencia exige escuchar.