En momentos en que Europa sucumbía ante una Segunda Guerra mundial que avanzaba implacable violentando la soberanía y la libertad de países como Polonia, Bélgica, Noruega, Holanda y Francia, el 10 de mayo de 1940, Winston Leonard Spencer-Churchill se convirtió en Primer Ministro del Reino Unido. En un contexto tan sensible y complejo surgió su liderazgo inspirador. Un liderazgo caracterizado por la unidad, la confianza, el fervor patrio.
Su formación como escritor y periodista, su preparación universitaria, su gran cultura general y su experiencia política, propiciaron que en 1953 Churchill fuera galardonado con el Premio Nobel de Literatura por sus “Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial”.
La expresión de Churchill se caracterizó por su elocuencia. Brillante en la metáfora, agudo en la ironía, fino en el sarcasmo, reverente para el dolor histórico. Sutil en la apreciación literaria, acudía para ilustrar sus ideas a las paradojas más inesperadas, pero siempre atinadamente representativas.
Uno de los momentos más icónicos se dio 15 días después de su toma de posesión como primer ministro, en su discurso ante la Cámara de los Comunes, después de la evacuación de Dunkerque. Sus palabras llenas de resolución, convicción y valentía, se convirtieron en un grito de libertad para la nación británica: tocó las fibras más sensibles de sus connacionales, incentivó su participación, exaltando la importancia de cada británico en la defensa de su patria, independientemente del ámbito geográfico en el que se encontrara.
Discurso que no solo fortaleció la moral del pueblo británico, sino que también envió un mensaje claro al mundo, en el sentido de que el Reino Unido no cedería ante la amenaza nazi.
Otro momento decisivo en la resistencia fue en la batalla librada en los meses de julio y octubre de ese mismo año. Los enfrentamientos aéreos preparaban el camino para que Inglaterra sufriera una invasión terrestre. Sin embargo, gracias al liderazgo de Churchill y a la valentía de la Real Fuerza Aérea, el Reino Unido logró repeler el ataque. Churchill reconoció la importancia de esta victoria en su discurso pronunciado el siguiente mes de agosto, al expresar: “Nunca en el campo de los conflictos humanos se debió tanto a tan pocos”.
Churchill también jugó un papel crucial en mantener la moral en el frente interno. Sus discursos transmitidos por la radio y sus visitas a las zonas bombardeadas le permitieron tener una gran cercanía con el pueblo británico. Su muy aclamada declaración “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, se convirtió en un símbolo de la resistencia.
Un punto de inflexión en la guerra fue sin duda alguna la firma de la Carta del Atlántico, que en agosto de 1941 Churchill signó con el Presidente Franklin D. Roosevelt. Documento que sentó las bases para una estrecha colaboración entre las dos naciones. Acto que le demostró que sus esfuerzos por convencer a los Estados Unidos de unirse en este capítulo de la historia, fue fundamental para asegurar la victoria.
La fortaleza de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la resistencia contra la invasión alemana, fue una combinación de liderazgo, oratoria inspiradora y una clara visión estratégica de un gran estadista. Su capacidad para unir a una nación y resistir en los momentos difíciles dejó una huella imborrable en la historia. Churchill no solo lideró al Reino Unido hacia la victoria, sino que también se convirtió en un símbolo de resistencia y determinación frente a la tiranía.
Ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
@margaritablunar