Desde el claustro académico hasta las esferas del poder, José Vasconcelos tejió su visión de una educación que fuera el reflejo de cada rostro mestizo y la herramienta para cincelar una sociedad más justa. Secretario de Educación en los albores revolucionarios, su mandato fue un canto a la grandeza del espíritu humano, una cruzada contra el yugo de la ignorancia.
Fue un 27 de febrero de 1882, cuando bajo el sol vibrante de la bella ciudad de la verde Antequera, Oaxaca, Oaxaca, nació José Vasconcelos Calderón. Educador, filósofo, ensayista, revolucionario, político. Su vida fue un constante peregrinar en busca de la esencia de la identidad mexicana. Su destino, entrelazar las raíces de un México antiguo con el vigor de un futuro prometedor, basado en el conocimiento.
La formación académica de Vasconcelos fue fundamental para su prolífera carrera. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1909 presidió el Ateneo de la Juventud. Institución clave en el panorama intelectual de México a principios del siglo XX. Un foro vibrante para el debate y la divulgación de ideas progresistas. Integraron este foro los intelectuales más brillantes de México de la época, como Alfonso Reyes, Antonio Caso, Ricardo Gómez, Pedro Henríquez Ureña, Manuel Gamio, entre otros.
Se unió al movimiento revolucionario de Madero y posteriormente a Venustiano Carranza en su lucha contra Victoriano Huerta. Proclamado el Plan de Agua Prieta, fue designado Rector de la UNAM. En 1921 ocupó el cargo de Jefe del Departamento Universitario y de Bellas artes, donde propuso las características del escudo y lema que aún conserva la UNAM: “Por mi raza hablará el espíritu”.
Su pensamiento y obra trascendieron en el ámbito educativo al ser nombrado secretario de Educación Pública en ese mismo año. Cargo en el que emprendió una ambiciosa campaña de alfabetización y fomento cultural, promoviendo la construcción de escuelas y bibliotecas a lo largo del país.
Vasconcelos creía en la educación como la promesa del mañana, la llave que abriría las puertas cerradas por la desigualdad. Fundó escuelas con la idea de sembrar esperanza; bibliotecas, para atesorar el conocimiento y desvanecer el olvido; misiones culturales que llevaron el arte y la ciencia hasta los rincones más remotos.
Su pluma, tan poderosa como sus ideales, dibujó el contorno de una nueva raza, la “Raza Cósmica”, concebida no por la pureza de la sangre, sino por la fertilidad del mestizaje, donde cada ser humano sería el arquitecto de su destino.
A través de sus memorias plasmadas en el “Ulises Criollo”, Vasconcelos nos conduce por su autobiografía, en la que cada línea es un camino y cada palabra un paso en su odisea personal. Asimismo, nos hace testigos de su exilio y resiliencia en su lucha incansable por un México donde la cultura y la libertad caminen de la mano.
A pesar de las sombras de la política, donde los ideales frecuentemente chocan con los muros del poder, su candidatura a la Presidencia de la República en 1929 fue el último acto de fe en su sueño educativo. Derrotado por el acero de la represión, Vasconcelos se exilió, pero su voz nunca se apagó.
Hoy su legado se encuentra en cada niño que abre un libro, cada joven que desafía su destino, cada maestro que enciende la llama de la curiosidad. El sueño educativo de Vasconcelos sigue siendo el estandarte de aquellos que creen en el poder transformador de la educación.
En un mundo acosado por las sombras de la ignorancia y la división, el espíritu de Vasconcelos invita a continuar con la construcción de puentes de conocimiento y comprensión, para que un día, todos podamos ser parte de esa raza cósmica que soñó.
Ministra en retiro de la SCJN.