El paro feminista total en las cinco unidades de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) ha cumplido más de un mes. El hecho constituye un parteaguas en la larga lucha feminista por la igualdad de las mujeres y el respeto a las minorías de género en las universidades, encabezada por grupos y colectivas feministas. Sus comunicados los firman así: ¡Libre, digna y feminista! ¡Fuera violadores y agresores de toda la UAM!”. El paro, inédito en la UAM, inició en la Unidad Cuajimalpa a raíz de que un alumno de Derecho, ¡entre todas las especialidades!, violentara sexualmente a una de sus compañeras de grupo, sin que una Comisión de Faltas local señalara ninguna sanción y pretendía que ambos (agresor y víctima) … ¡continuaran sesionando en el mismo salón de clases! Fue la gota que derramó el vaso. Colectivas feministas llamaron a tomar las instalaciones en protesta, denunciaron el hecho y recibieron el apoyo solidario de las otras cuatro unidades de la UAM (Azcapotzalco, Xochimilco, Iztapalapa y Lerma), que tomaron a su vez sus respectivas instalaciones. El paro se volvió total, tal como una huelga. La UAM es la segunda universidad pública del país, con más de 60 mil alumnos y docenas de posgrados. Por este solo hecho, las paristas han logrado ya una visibilidad del problema de la violencia de género superior a las escuetas notas de prensa de escalofriantes casos de feminicidio que, por su reiteración, parecieran invisibles.

La presión del paro feminista condujo a que las autoridades de la UAM-Cuajimalpa procesaran el cese de los antiguos integrantes de la Comisión de Faltas, sancionara el caso con nuevos integrantes y se procediera a expulsar al alumno agresor. Este es el primer resultado tangible del paro. Sin embargo, fue evidente que en dicha unidad se había protegido a un acosador por una instancia oficial, y que probablemente no se trataba de un caso aislado. De hecho, la extensión del paro -el vaso derramado-, reveló que el fenómeno de la violencia contra las mujeres era extensivo a toda la institución, pese a contar con una legislación avanzada. Se cumplía el viejo dicho de la tradición novohispana: Obedézcase pero no se cumpla. Se generaron entonces pliegos petitorios por unidad y se planteó que no se levantaría el paro sin atenderlos a todos. Así, las paristas han sentado a dialogar a seis rectores, uno por unidad (cuatro hombres y una mujer), más el Rector General. Se trata de un logro mayor.

Los cinco pliegos son convergentes, y se podrían sintetizar en tres áreas: 1) prevención y educación con perspectiva de género (digamos el abrir los ojos y los oídos para poder ver y escuchar), 2) la mejora de las instancias y procedimientos de comisiones que revisan los casos y la integración de las mismas con equidad y conocimiento (digamos, contar con árbitros justos y empáticos a la erradicación de la violencia); y 3) la aplicación de sanciones a responsables de hechos de violencia (digamos, la reparación del daño). En las palabras de un comunicado de las paristas de la UAM-Xochimilco: “Exigimos una respuesta concreta a las solicitudes de expulsión y separación del cargo de los alumnos/profesores mencionados en el pliego petitorio.”

En los dos primeros temas ha habido apertura y avance en las negociaciones y la firma de acuerdos, particularmente en el caso de la unidad Xochimilco, donde el rector ha prestado oídos receptivos y establecido un diálogo respetuoso, lo que en parte refleja la tradición de una Maestría y Doctorado en Estudios Feministas, que ha sembrado semillas y ha cosechado frutos de muchas generaciones. No obstante, es previsible que, en el caso del tercer ámbito de demandas, el de la sanción a responsables, el diálogo se empantane. Es en este punto donde pensamos que paristas y autoridades deben pactar una respuesta diferida, posterior a la entrega de las instalaciones. Para las paristas, la conducta del todo o nada podría llevar a una solución de fuerza. La razón es que, frente a los casos señalados con nombre y apellido, de trabajadores, estudiantes y sobre todo profesores, cuya separación y juicio exigen, las autoridades e instancias mediadoras requieren de denuncias y pruebas para proceder. Actualmente tales elementos son o inexistentes o muy difíciles de conseguir, por los plazos prolongados de los sucesos. Se trata de casos expuestos en “tendederos” (denuncias anónimas, muchas veces detalladas de incidentes reales), o forman parte de la tradición oral, la vox populi en los departamentos y unidades a las que pertenecen. Para ponerle un nombre genérico, se trata de acusaciones a los Doctores X, Y o Z. Adicionalmente, los trabajadores académicos o administrativos no pueden ser despedidos por razones que competen al derecho laboral. Ahora bien, estas dificultades legales no deben constituirse en pasaporte a la impunidad. La sola mención de los nombres deteriora el prestigio personal y es ya una conquista del movimiento. Viene a cuento el caso del brillante sociólogo portugués Boaventura de Sousa, sujeto a investigación por ejercer violencia de género en su universidad y separado de sus responsabilidades por el lapso correspondiente a la investigación. En los Estados Unidos no se puede firmar papeles para cualquier plaza, sin cubrir un curso breve de prevención contra la violencia de género.

Considero que bastaría un compromiso de las autoridades de abrir procesos de investigación a los Doctores X, Y y Z, una vez que la propia organización de las paristas presente una denuncia formal ante las instancias pertinentes, de acuerdo a un plazo convenido. Se trataría de una concesión necesaria, puesto que la cuestión del castigo a agresores es central como advertencia a individuos proclives al acoso, sean estudiantes o doctores prestigiados. Es preciso alcanzar la noción de la certeza del castigo. O como lo presentó una parista con la cara oculta (oculta por protección) en entrevista en Rompeviento: no debe protegerse a “vacas sagradas” que usan reuniones estudiantiles donde emborrachan y llevan a la cama a las alumnas. Conozco el caso de una brillante alumna de doctorado de la UNAM, cuya tesis tardó años en aprobarse por no haber aceptado hacer favores sexuales a su asesor. El recurso al anonimato al que se han visto obligadas muchas paristas está fundado en la cotidianeidad de la violencia, en parte de la academia (el poder de las calificaciones)… para no hablar de las condiciones de seguridad del metro de la CDMX, por ejemplo.

He vivido rodeado de mujeres fuertes toda mi vida, mi madre, mis dos hermanas, mi esposa… y todas sufrieron algún tipo de abuso. Tengo dos hijas adultas, la mayor es psicóloga y experta en cuestiones de género, que ha atendido por años a víctimas de violencia, que buscaron refugio y soporte profesional en instancias públicas. Entre otros casos, ella vivió el asesinato de una de sus pacientes, que había tenido un notable proceso de recuperación. Superó el duelo y sigue dando consulta. La segunda hija vivió un asalto en las calles de Sevilla. Un individuo se acercó y le atacó en la calle y a plena luz del día. Ella tardó unos segundos en reaccionar, mientras el individuo emprendía la huida. Mi hija lo persiguió por callejones y callejuelas. Le alcanzó, porque tiene la juventud y el fuelle de una bailarina. Ella llevaba una bolsa, con la que lo golpeó y gritó a la policía en apoyo. El individuo terminó en una comisaría, donde se hizo una denuncia formal y aparecieron antecedentes. Mi esposa tiene que enfrentar de manera cotidiana casos de alumnas embarazadas que viven violencia obstétrica. Y ninguna está a salvo. Lo escribo, con la noción de impotencia encima.

La violencia contra las mujeres y la de género en sentido amplio se vive cotidianamente en la mayoría de las familias. Y más aún, cuanto más pobres son. La condición de clase atraviesa el problema de la violencia de género. En la UAM ha habido, en sus casi 50 años de existencia, una tendencia a elevar la proporción de alumnos de bajos recursos, frente a una minoría de clase media. Muchos de nuestros alumnos viven en barrios con mayor propensión a la violencia sexual. Es muy probable que las colectivas feministas cuenten con graves experiencias personales. Su postura radical en la UAM refleja un necesario ¡Ya basta!

Académico de la UAM

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