En El país de las sombras largas, hace ya cosa de 70 años, el suizo Hans Ruesch nos dejó descripciones deslumbrantes de la vida en “la cima del mundo”, el Polo Norte, donde la caza era la esencia de la vida, la dentadura la base de la supervivencia, y su pérdida, signo inequívoco de la vejez temprana y de la inminencia de la muerte. El desgaste inevitable de la dentadura por el trabajo de moler la carne cruda como base de la alimentación, sea de pescado, de foca o de oso y el ablandamiento de las pieles de estos animales por las tenaces mordidas, sobre todo de las mujeres, marcaba el ritmo del tránsito por la vida; entre tanto, su desgaste extremo anunciaba la vecindad de la muerte. El procedimiento final, el de la muerte misma, era tan sencillo como la decisión de tomar un paseo voluntario hacia el congelamiento eterno. En la sociedad descrita por Ruesch no cabía el concepto de pensión, es decir, el de un ahorro para prolongar el consumo y la vida de las personas mayores sin mediar el trabajo, el sudor de su frente.

Así, en la “cima del mundo”, la incapacidad de realizar trabajo útil dentro de la comunidad conducía sin trámite a una muerte pacífica temprana. En la actualidad, la última etapa de la vida presenta una polarización extrema, derivada de las desigualdades económicas igualmente extremas, inherentes al sistema de la economía de mercado y la globalización. La desigualdad se exacerba en los países dependientes y atrasados. En éstos, los viejos que pertenecen a las poco numerosas clases adinerada y media alta, los viejos privilegiados, pueden disfrutar de un par de décadas de vida cómoda, de disfrute de sus ahorros (sea como rentas de capital y/ó por la vía de pensiones contributivas suficientes), sin necesidad de realizar trabajos o actividades no deseadas, sino más bien con la opción a destinar su tiempo libre a viajar, realizar actividades físicas, intelectuales o culturales pospuestas (y deseadas), hasta enfrentar las limitaciones inminentes de la salud, con atención médica moderna, pagada por adelantado mediante algún tipo de seguro médico, sea público o privado.

La inmensa mayoría de la población adulta mayor, en cambio, inicia un largo martirio hacia la inevitable muerte, obligada a trabajar hasta el último aliento, como en el país de las sombras largas, con carencias de alimentación, de vivienda digna, de acceso a la seguridad social de calidad y con un alto rezago educativo. En México, por ejemplo, el CONEVAL informa que cuatro de cada diez adultos mayores a 65 años, no sabe leer ni escribir. En el mundo de las clases bajas trabajadoras, la vejez es una pesada carga, que en recae también sobre sus familiares. En medio de sus propias carencias generales, los familiares más cercanos son quienes se ven forzadas a sostener a sus mayores, repartiendo sus ingresos y su propia pobreza entre todos.

Esta realidad ha sido descrita por estadísticas oficiales. Sólo para tener una idea del orden de magnitud de las carencias del sistema de pensiones en México conviene señalar que el llegar a ser pensionado es en sí mismo un privilegio. De la población ocupada total, que sumaba alrededor de 54 millones de personas en 2019, casi 10 no recibía ingresos o no lo especificaba, 13 ganaba hasta 1 salario mínimo al mes, y 20 obtenía entre 1 y 2. Si sumamos estas categorías llegamos a un porcentaje vecino al 80% de la fuerza laboral del país cuya aspiración a alcanzar una pensión digna es virtualmente nula. La situación, que empeoró con la pandemia, ha vuelto en este año a una condición semejante a la previa a la pandemia. El gran humorista popular Chava Flores (1920-1987), retrata la situación en una canción: “Mira Bartola… hay te dejo esos dos pesos… pagas la renta, el teléfono y la luz… de lo que sobre, coges de-ay para tu gasto… guárdame el resto para echarme un alipús”. La letra continúa, ofreciendo pagar a una “criada” y, prevenido, aconseja el “guardar algo pa’ mañana”, pues “hay que ser conservador”. “Guardar algo pa’ mañana” es lo que se requiere para formar un ahorro que permita vivir del mismo en la vejez, lo que en México (y América Latina), resulta hoy una quimera para la inmensa mayoría.

No siempre fue así. Durante las décadas del llamado Desarrollo Estabilizador, los programas de pensiones eran responsabilidad pública, y se asumieron sin mayores problemas debido al crecimiento rápido de los nuevos entrantes al mercado laboral que, con sus cuotas a la seguridad social, más las correspondientes al sector público y privado, constituyeron un fondo suficiente para sostener al pequeño grupo de los nuevos jubilados. El esquema es vigente en general: son los trabajadores entrantes los que sostienen a los de la generación saliente; mas cuando la creación de empleos formales crece a tasas muy bajas y los trabajadores en retiro crecen a las tasas a las que entraron tres o cuatro décadas atrás, la tarea se torna imposible. De esta desproporción surge la propuesta de que las pensiones de los viejos dependan de su historial y cotizaciones individuales correspondientes: las aseguradoras de fondos de ahorro para el retiro, las llamadas Afores, que operan bajo el lema de: que cada quien se rasque con sus propias uñas. Liberalismo puro. No en balde, uno de los países pioneros en ensayarlo en América Latina fue Chile, con su carga pinochetista detrás. Allí, sus pésimos, aunque previsibles resultados (sus pensiones de hambre) han servido de espejo para observar nuestro futuro. En México, la catástrofe anunciada del sistema colectivo de solidaridad generacional, tanto por las razones señaladas de cambio demográfico, lento crecimiento, así como por los bajos salarios a los que se arribó desde finales de los años ochenta del siglo XX (los de la década perdida), condujeron en México a la creación de un sistema nacional de Afores desde 1997. Hoy, 25 años después, es inminente el nacimiento de la generación de jubilados bajo este esquema de cuentas individuales, y la perspectiva es obscura, pues la expectativa de pensión promedio no alcanza a más del 20% de los sueldos corrientes previos a la jubilación, porcentaje de alrededor de la mitad de lo que se obtenía con el sistema anterior. Este porcentaje es lo que se llama tasa de reemplazo, pues mide la proporción del ingreso por pensión respecto del salario vigente anterior a la misma. A manera de ejemplo, si ganabas 10 mil pesos al mes antes de jubilarte, ahora recibes 2. Para los posibles nuevos retirados, este monto se parece mucho al ingreso de Bartola.

Aquí hablamos, desde luego, de la tendencia dominante. Algunas pensiones provenientes de empleos estables con salarios altos superarán en mucho la tasa de reemplazo del 20%, pero según los números actuales, la gran mayoría ni siquiera alcanzaría una pensión vitalicia. Se estima en apenas 80 mil pesos el valor individual promedio de ahorro de las más de 60 millones de cuentas adscritas al sistema de Afores (Oliver Azuara, et. al., Diagnóstico del Sistema de Pensiones Mexicano, BID, 2019). El sistema sólo puede operar de manera eficiente en países con empleo estable y salarios altos, que permita una tasa de reemplazo de digamos el 60 o 70%, que garantice bienestar en la última etapa de la vida, y sirve de paso para fondear la inversión pública y privada. Dichas tasas de reemplazo son suficientes ya que, después de todo, los viejos ya no gastan lo mismo que los trabajadores de mediana edad con familia y proyectos de compra de vivienda, así como gastos de educación y salud para los hijos. La excepción, para los viejos, son los gastos catastróficos de salud, que pueden resolverse a través de un sistema de salud pública eficiente… digamos, como en Dinamarca.

El futuro, como han indicado muchas veces los expertos, es una bomba de tiempo. Tic tac, tic tac. ¿Es posible detener la explosión? Se requeriría de una reforma enorme. Algunos estiman que tendría que volverse a un esquema solidario colectivo. Parece muy complicado retornar a ello. En cualquier caso, el concurso del presupuesto público será indispensable. Para ello, hay que considerar que todo peso gastado por el estado es un peso previamente recaudado, de modo que la presión por elevar las tasas de recaudación de quienes más tienen es una exigencia cercana a la supervivencia. La administración actual llegó a un acuerdo de reforma parcial al sistema pensionario que procura reducir el escenario catastrófico en curso, a través de la elevación de la cuota patronal del 5.15% del ingreso del trabajador, a una del 13.87%, aunque no de golpe y porrazo, sino en un periodo de 8 años, que inicia con el 1% al año a partir del 2023 (se acordó dos años de prórroga por la pandemia). Es decir, que el esfuerzo de apoyo a las pensiones cercano al 14% patronal para los trabajadores formales, alcanzaría su máximo hasta 2036. A este acuerdo le llamó Arturo Herrera, el exsecretariode Hacienda caído en desgracia, una “cirugia mayor”. Para entonces, sin embargo, muchos millones estarán en la indigencia.

Esta nueva reforma influye, recordemos, solamente sobre el trabajador formal, dejando a la otra mitad, la del trabajo informal, a su propia suerte, es decir que se trata de apenas un paso en la dirección correcta. Existen otros avances en el mercado laboral mexicano, como la elevación del salario mínimo a un ritmo rápido, la reducción de las semanas de cotización necesarias para recibir pensión o la presión para reducir las comisiones de las grandes aseguradoras privadas, cuyo impacto puede elevar las pensiones a largo plazo. Es importante resaltar que las reformas emprendidas en el sector no provienen de exigencias enarboladas por movimientos laborales autónomos. Los sindicatos, en tiempos de la 4T, se han mantenido esencialmente callados. Prácticamente no se han realizado huelgas de envergadura nacional, sectorial o regional. Las reformas han venido desde arriba. Algunas, como las aplicadas a la ley federal del trabajo sobre representaciones democráticas, por presiones relacionadas con la firma del T-MEC. Otras, como la ampliación en los montos y el carácter universal de la pensión a los adultos mayores, provienen directamente de la presidencia. La cruzada en favor de una pensión universal para los adultos mayores a 65 años, es una política de extraordinaria importancia, más allá de su evidente aporte electoral.

A este apoyo social se le ha considerado el pilar cero, el piso, del conjunto de las pensiones en el país. El pilar uno serían las pensiones de beneficio definido (el viejo sistema de solidaridad generacional del IMSS e ISSSTE cuyo peso irá disminuyendo hacia 2030), y el segundo, al que se ha apostado a largo plazo, el del ahorro individualizado, las Afores. Este último sistema está condenado a la polarización y al fracaso, insistimos, si no se cumplen los requisitos de incrementar el peso del trabajo formal, elevar los salarios medios generales y/o aumentar las aportaciones patronales a las pensiones, como si realmente se tratara de ofrecer una jubilación digna.

Alternativamente, la cuota gubernamental podría incrementarse, a condición de que se aplicara una reforma fiscal redistributiva, pues, a todo esto, el aporte provendría del presupuesto federal, donde actualmente se mete a codazos, a costa de otros proyectos de importancia social equivalente como la educación y la salud, así como la bajísima inversión pública en infraestructura, inclusos para estándares latinoamericanos. Entre 2012 y 2021, el gasto en pensiones pasó de 2.6% a cerca del 5% del PIB (si se incorpora el programa de apoyo a los Adultos Mayores). Se duplicó prácticamente en apenas una década. ¿Y cuánto del presupuesto público se destinó a este gasto? Como era de esperar, el gasto también creció aceleradamente, del 11.8% del presupuesto en 2009, a casi 18% en 2020.

La cosa urge, ya que en cuanto a pensiones concierne, lo que se haga hoy rendirá fruto hasta muchos años después. Basta ver las tendencias sobre el envejecimiento y sus efectos sobre los actuales programas pensionarios, que adolecen en sí mismos de una extraordinaria desigualdad, espejo de la desigualdad de ingresos en el país (considérese las pensiones doradas de PEMEX, CFE y CLyFC, versus la llamada pensión mínima garantizada, o el pilar cero). ¡Y faltan aun lo informales! ¡Más de la mitad del mundo del trabajo! En este caso, en la medida que una pensión formal contributiva no existe, o es ridícula; se debe trabajar, a semejanza de los personajes de Ruesch, hasta que el cuerpo aguante.

Google News

TEMAS RELACIONADOS