¿Merece Donald Trump ser depuesto de la presidencia de los Estados Unidos? Seguramente, y por muchos motivos. Trump es un individuo despreciable a nivel personal, así como por sus políticas y el perfil de su gobierno. Revisaremos estos antecedentes, antes de pasar a su posible impeachment y su causa principal: la exasperación de la estructura estatal estadounidense por su gestión dictatorial e impredecible. La conexión ucraniana es el pretexto.

Como persona, Trump es vanidoso (“mi coeficiente intelectual es uno de los más elevados”), supremacista, cínico, ambicioso y bastante ignorante. Él fue un niño mimado que heredó millones de dólares de su padre, quien fuera un admirador de Adolfo Hitler. El presidente no es un empresario particularmente hábil, pero sí un empresario vengativo. Como ha dicho: “si alguien te hace mal (debes) ir tras él, tanto porque se siente bien, como porque otras personas te verán hacerlo. Yo siempre saco ventaja.” A las mujeres, Trump las trata como mercancías. La fidelidad conyugal no forma parte de sus fortalezas y los rumores indican que ha tenido numerosas aventuras con prostitutas y salones de masajes eróticos. Pero dejemos los dudosos pasatiempos personales del presidente Trump.

En lo que respecta a sus políticas, de importancia infinitamente mayor, la más devastadora en el largo plazo es probablemente su política ambiental. Su orientación típica ha consistido en deshacerse de toda protección al ambiente que obstaculizara las ganancias de las compañías privadas. No solamente recortó los presupuestos de las agencias gubernamentales vinculadas e la protección ambiental, sino que en muchos casos puso como responsables públicos a empleados privados de las mismas compañías que supuestamente debían ser vigiladas. Desde el inicio de su mandato, los EU se retiraron del Acuerdo de París y se echó atrás el plan de Obama de energías verdes. En cambio, se adelantan planes para eliminar el requisito que las petroleras tienen de controlar la emisión de gas metano, una de las causas fundamentales del calentamiento global.

Desde el punto de vista de la política social, Trump ha atacado sistemáticamente a la población más pobre. Por ejemplo, al reestablecer el nivel de la llamada “línea de la pobreza” federal en un nivel de ingreso más bajo, se evadió la obligación de asistencia para 3 millones de ciudadanos, que cayeron a la pobreza más extrema, sin ayuda para alimentar a sus familias. En el terreno de la organización sindical y el nivel del salario mínimo, se ha opuesto sistemáticamente a la organización obrera y al aumento del salario mínimo, lo que se ha traducido en una elevación dramática de la desigualdad.

En lo económico, su gran plan ha sido la guerra de tarifas, principalmente contra China, pero también contra la Unión Europea, Sudamérica, y otras regiones, lo que ha frenado severamente a la economía mundial. El único triunfo legislativo verdadero de Trump ha sido la reducción de los impuestos para las corporaciones y la población más rica, mientras que los ingresos salariales de la población trabajadora se han mantenido casi fijos en los últimos 40 años.

Por lo que toca a la política migratoria, ésta ha tenido un perfil abiertamente racista y de puertas cerradas: ¡Su símbolo es un muro en la frontera!, lo que empata con su política proteccionista y anti-globalización. En el periodo de la crisis en Medio Oriente, por ejemplo, se propuso sellar totalmente la entrada de musulmanes a los EU. Con respecto a México, Trump ha declarado: “Ellos (los mexicanos) están trayendo drogas y delincuencia”. “Ellos son violadores”… “aunque algunos, supongo, son buenas personas.” Se propone pues una asociación directa entre ser mexicano con ser violador o mafiosos (aunque algunos sean buenas personas). Bajo Trump, la política de repatriación de latinos indocumentados, se ha separado a miles de niños de sus padres: ¡metiendo a la cárcel a los propios infantes! Trump ha propuesto, además, eliminar la ciudadanía que deriva de nacer en el territorio estadounidense, lo que deriva en un sinsentido: Se nace en Estados Unidos y se es extranjero. En su lógica, los extranjeros pobres son la causa de los males de los EU.

Sin embargo, ninguna de estas políticas ha sido utilizada para solicitar su remoción legal de la Casa Blanca, o forma siquiera parte del debate sobre su destitución. La Presidenta de la Cámara de Diputados, Nancy Pelosi, inició el procedimiento de impeachment con base en una filtración precisa realizada por un analista de la CIA. El 16 de noviembre pasado, Greg Jaffe y Paul Sonne realizaron un extenso reportaje en el Washington Post . En un memorádum de 9 páginas del analista anónimo se demuestra el interés electoral de Trump por encima de cualquier otra consideración de estado. La acusación en el juicio señala dos motivos para ejercer el impeachment: en el primero, se acusa al presidente de abuso del poder por presionar al gobierno de Ucrania para espiar al senador demócrata Joe Biden, un rival político en la lucha por la reelección, y el segundo, el obstaculizar las labores del Congreso para investigar lo primero. Nada más… pero nada menos.

La CIA es fundamentalmente una agencia protectora del estado, el estado de los EU, ese estado que es nacional y “trasnacional” al mismo tiempo (las decisiones del Presidente trascienden con mucho sus fronteras), cuyo complejo aparato tiende a ponerse al servicio de las élites corporativas que dominan a la compleja sociedad estadounidense. Trump es parte del ala ultraderechista de esa élite, mas no forma parte de la estructura institucional. De hecho, su elección tomó por sorpresa tanto a demócratas como a republicanos, que le brindaron casa. Trump no concuerda con la idea de “pesos y contrapesos” del sistema. Él ha confrontado esas reglas, y ha hablado de la oposición al “Deep State”. Es natural que las estructuras del establishment se encuentren incómodos ante alguien que puede eludir conclusiones de expertos y trazar políticas globales con un simple tuit.

Existe un solo antecedente exitoso de impeachment en los EU (aunque no ejercido formalmente), el de Richard Nixon. Recién electo, bajo la presión del escándalo de Watergate, Nixon decidió renunciar antes que ser depuesto, tras mentir sobre el asunto. El espionaje ilegal y el uso de recursos de campaña para vigilar a sus oponentes, fue destapado por el Washington Post. El asunto de Ucrania versa, precisamente, sobre interferencias ilegales de la Casa Blanca en asuntos electorales.

Así, el juicio contra Trump no se debe a que se trate de una persona vil y vengativa, cuyas políticas hacen peligrar al planeta y afectan la vida de trabajadores, los derechos de mujeres y otros grupos minoritarios. No, el procedimiento parece haber sido iniciado por la CIA (después de todo esa ha sido parte de su especialidad en el extranjero, particularmente en Latinoamerica), secundado por el Partido Demócrata y acaso con simpatías de un sector de los republicanos, que en conjunto están contrariados con Trump por sus propias razones: la defensa del estado imperial estadounidense, amenazado por un presidente impredecible y ajeno al establishment .

Nadie sabe hoy si el intento de impeachment prosperará. Probablemente la Cámara de Diputados lo aprobará y es igualmente probable que la Cámara de Senadores, de mayoría Republicana, busque exonerar al presidente. Trump es un personaje que polariza opiniones. Su presidencia forma parte del hartazgo que ha fomentado el ascenso otros ultraderechistas, como Bolsonaro en Brasil y Johnson en Inglaterra. Paradójicamente, Trump no es un presidente del todo impopular. El nacionalismo “macho”, a rajatabla, de su discurso cotidiano es atractivo para una fracción de los sectores medios y bajos, además de la mayoría de los ricos y poderosos, que controlan los medios de comunicación. Vale recordar, sin embargo, que en las elecciones de hace tres años, Trump perdió el voto popular (obtuvo 62.9 millones de votos, contra 65.8 de Clinton). Llegó a la presidencia por tener la mayoría en el Colegio Electoral, que es el que decide. La abstención (del 45%), derrotó a Clinton.

Reiteremos: El juicio contra Trump responde a la iniciativa de instituciones poderosas dentro del establishment que le consideran una amenaza para el imperio estadounidense. Se trata de un juego de vencidas antes de la elección del 2020. Más allá del resultado inmediato de este juicio, el juicio de la historia sobre Trump será negativo y será implacable.

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