El sesgo de normalidad es un fenómeno cognitivo en el que las personas subestiman o ignoran señales de una acción o evento porque creen que la situación seguirá siendo “normal” como lo ha sido en el pasado. Es una tendencia a minimizar riesgos y a asumir que, aunque existan advertencias claras, las cosas seguirán funcionando con normalidad.
En el sexenio pasado la política de los abrazos y colusión con el crimen organizado se alertó en tiempo y forma por innumerables actores de diversas esferas políticas, sociales, empresariales y ciudadanas. El punto de inflexión ocurrió durante las campañas electorales donde claramente la intromisión de las organizaciones criminales para favorecer a sus candidatos(as) prendió todas las alertas domésticas e internacionales y la cuerda bilateral llegó a su tensión máxima en octubre del 2020 con la detención del exsecretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos.
Al gobierno de México no se le informó de alguna investigación en curso y todo se manejó en absoluto sigilo en lo que parece ser que el modus operandi estadunidense sigue mostrando la nula confianza en las autoridades mexicanas.
No hay maroma ni distractor que logre sesgar lo evidente.
Los discursos y la narrativa que ya se construía en importantes despachos del gobierno republicano y después demócrata, apuntaba que en el primer piso de la cuatroté había un “intolerable” interés por empoderar al cártel de Sinaloa y con organizaciones delictivas que cogobiernan amplias regiones del país. Las recientes detenciones de objetivos criminales y generadores de violencia muestran la punta del iceberg del hedor transformador.
En este espacio como en innumerables otros, se puntualizó el riesgo latente de una fallida política de seguridad que ha enlutado a millones de hogares. La violencia, corrupción e impunidad vulneran el estado de Derecho y la confianza bilateral generando aún más tensión con el regreso de Trump a la Casa Blanca.
El magnate tiene prisa y el conflicto como negociación es su herramienta para lograr los objetivos trazados. La subestimación de Sheinbaum al “hard power” que será el epicentro para exhibir “la intolerable relación del gobierno mexicano con los cárteles” y su red de vínculos políticos es una ruta peligrosa.
La espada de Damocles arancelaria es un arma poderosa y la Casa Blanca quiere resultados que vayan más allá de detenciones, decomisos, despliegues, cifras y pirotecnia mediática.
No hay espacio para el engaño ni la sorpresa.
La administración de Donald Trump tiene ese poder contra el gobierno de Claudia Sheinbaum al acceder a información sensible y ese conocimiento le permite tomar decisiones con timing y mantenerse un paso adelante.
Sin embargo, el tiempo corre en contra del presidente de los Estados Unidos. Enfrenta una limitación temporal obligándolo a actuar. La ventana de oportunidad se puede cerrar y su plazo es inminente para adelantar la revisión (que busca México) o la renegociación (que quiere Estados Unidos) del T-MEC que ha logrado integrar de manera profunda ambas economías.
México también aprieta el paso.
Y en paralelo, la presión sobre Sheinbaum debido a la combinación de factores como la reforma al poder judicial, la crisis de opioides, el desastre fronterizo, la percepción de la inacción por parte del gobierno mexicano con las organizaciones criminales marcan que el arma arancelaria será punta de lanza trumpista para forzar respuestas más enérgicas.
¿Quién será la pieza reemplazable dentro de la estrategia mayor?
@GomezZalce