Política y verdad no van siempre de la mano. Tradicionalmente la diversidad de actores políticos, el derecho a la información y el rol de los medios de comunicación había logrado un equilibrio imprescindible en el largo devenir de la democracia. La política en México en su formato actual y con su andamiaje ideológico demuestra ser completamente inadecuada para los tiempos presentes. Numerosos acontecimientos que no es necesario inventariarlos –por evidente falta de espacio— siguen convirtiendo a la cuatroté en un objeto de ponderación en materia de inversiones, entre otros rubros.
Tres años después el análisis de políticas públicas, la planificación de gobierno, el planeamiento estratégico y el desarrollo de las capacidades de gestión no han sido del todo integrados secuencialmente para lograr una mayor racionalidad —a secas y sin matices emocionales— en la toma de decisiones y ni hablar de la efectividad en su implementación. La cadena de errores en esto último ha empujado al presidente López Obrador a perder la paciencia y las formas en lo que ya parece una tendencia en su estilo áspero de responder ante la diversidad de problemas.
Los grandes planes del Ejecutivo no han sido sencillos de llevar a cabo y aún hay dudas sobre su resultado final. El reciente manotazo estadunidense alrededor de la compra de la refinería en Deer Park debe ser un auténtico foco rojo en el tablero presidencial por las aristas transversales que fueron golpeadas con rudeza (in)necesaria. El anuncio con bombo y platillo hace unos meses debió culminar justo en el timing para su discurso en el Zócalo pero la realidad, una vez más demostró la complejidad en las relaciones bilaterales. La recurrente ausencia de certidumbre y el péndulo emocional presidencial siguen siendo la piedra en el zapato de la cuatroté que maneja la metáfora de la transformación para superar la crisis del neoliberalismo. Relato contradictorio cuando se aplica en rubros estratégicos como lo demostró el obstáculo colocado por el Comité Federal de Inversión Extranjera en los Estados Unidos (CFIUS) para transferir el control total de la mencionada refinería de Texas a Pemex. La señal debería ser analizada con cuidado toda vez que el gobierno mexicano presionó para tratar por varios medios de destrabar la compra final.
Cada vez es más evidente que Estados Unidos aprieta a México utilizando un diplomático soft power en frentes de su interés nacional; en el migratorio el esquema “Quédate en México” que de facto es “Tercer País Seguro” regresa a la escena ahora de la mano de Joe Biden. La crisis humanitaria en la frontera tiene visos de convertirse aún más en un peligroso foco rojo en la coyuntura sanitaria, económica, de seguridad pública y social.
Los cambios en el contexto político —que van más allá de utilizar el lugar común de la “revolución de las conciencias”— y en las concepciones sobre el papel del Estado están provocando un cisma en el tejido institucional. La convicción de López Obrador de operar verticalmente en una coyuntura plagada de incertidumbres y con recursos de poder —hasta hoy— ilimitados construyen un paradigma en la utilización de los medios con tal de que satisfagan su función objetivo. Una plaza llena, que puede tener múltiples lecturas políticas, no es sinónimo de buen gobierno.
México enfrenta un escenario de enorme complejidad que no debe ser encarado utilizando una ruta simplista cuya única punta de lanza sean nuestras fuerzas armadas, no porque tengan alguna aviesa intención sino porque su estructura para procesar la información y administrar la coyuntura de las labores civiles los está empujando, con fuertes resistencias internas, a un delicado punto de inflexión.
Y eso no es buena noticia, ni para los de casa.