Nuestras fuerzas armadas tienen diferencias sustanciales con las de otros países de la región principalmente por su composición popular y su subordinación al poder político .
Nacidas al calor de la Revolución de 1910 su atipicidad va más allá de su génesis y su composición; a lo largo de su historia el aparato militar de México ha sido orientado al enfrentamiento de distintas amenazas, a labores de emergencia, rescates y problemas de carácter interno. La descomposición de los cuerpos de seguridad pública y la debilidad del aparato de justicia fue detonador fundamental de la expansión en las labores de los militares y su singularidad empieza a mostrar en la transformación de la cuatroté, dos caras.
Una positiva, evidenciada en la subordinación y su lealtad a la institución presidencial y la otra negativa, traducida en el costo que —tarde o temprano— pagarán por el incremento del poder, económico y por ende político, que el Ejecutivo les ha conferido en diversas esferas.
Asumir que no habrá consecuencia alguna es subestimar un pensamiento lógico-estratégico.
La arena de la seguridad pública nacional muestra abiertos desafíos al Estado mexicano por organizaciones criminales fortalecidas por los abrazos presidenciales. En un contexto de violencia desbordada y nula estrategia, el cuerpo militar de la Guardia Nacional se encuentra rebasado exhibiendo un fracaso evidente que, sumado a la sobrecarga de responsabilidades, terminará arrastrando consigo a la institución castrense.
Las grandes amenazas a la seguridad nacional identificadas en poderosos despachos domésticos e internacionales son ubicadas en el frente interno. El presidente López Obrador se ha encargado de enviar un péndulo de múltiples señales que han generado a lo largo de los últimos meses incertidumbre y desconfianza. Estos últimos factores fundamentales para la gobernabilidad y la percepción internacional.
En momentos donde hay una tensión política latente esgrimida desde el atril mañanero, la prudencia no parece ser una buena compañera. Nuestras fuerzas armadas tienen un rol fundamental de Estado y por lo mismo el alto mando. El discurso del 20 de noviembre, donde el General Secretario como en cada acto público refrendó la lealtad castrense, tocó una fibra política muy sensible en estos tiempos de alta polarización y empoderamiento militar.
El respaldo público y el llamado a sumarse al proyecto de López Obrador desencadenó una ola de diversas reacciones cuyo resultado arrojó a la hoguera política-social más gasolina de incertidumbre, temor y desconfianza.
Y como si esto no fuera suficiente, en esa línea de tiempo se publica un decreto en el que se estipula que las obras promovidas por el gobierno son un asunto de seguridad nacional, con el pretexto de “agilizar trámites” y al diablo con la rendición de cuentas y la transparencia, faltaba más.
La frustración presidencial —por la obstaculización legaloide de sus adversarios contra sus proyectos— atropella la prudencia en estos aciagos tiempos mientras nuestras fuerzas armadas transitan una ruta de desgaste institucional y escrutinio público ante la expansión de sus funciones en áreas civiles.
Todo ello abona a un enrarecimiento social y político justo a la mitad de un sexenio, con una sucesión adelantada, con una disputa por el poder encarnizada en una coyuntura económica-sanitaria mundial muy volátil.
En la hoja de ruta del presidente están varios temas, pero uno es central: El 2024.
Los recientes movimientos y nombramientos políticos de López Obrador son una condición sine qua non para la continuación de la transformación de su proyecto transexenal .
Y su apuesta es nada menos que un juego de suma cero.