Las tendencias políticas en la actualidad si se observan sin mayores detalles, arrojan que las escurridizas categorías de derecha e izquierda podrían hacerse indistinguibles ya que ambas están teñidas de una liturgia común que es el nacionalismo . La izquierda, hoy enarbolada por Morena y su líder empiezan a construir el relato del nacionalismo —con el distintivo método populista— como una forma de ejercer el poder apelando a una legitimidad directa de ese liderazgo al que se identifica con ese todo imaginario que son ellos más allá del voto. En su nombre socavan como si fueran trabas, todos los límites constitucionales e institucionales en todos los terrenos para cristalizar el objetivo presidencial.
El nivel de violencia verbal del “debate” público en la mañanera genera lecturas diversas provocando reacciones que serán cada día menos veladas.
Las ideas, más allá de las intenciones políticas y de la competencia electoral , sí generan sus propias consecuencias.
En el marco de las consultas formales para la resolución de disputas alrededor del rubro energético dentro del T-MEC , López Obrador decidió que fijará su postura en el marco de las fiestas patrias y el 16 de septiembre exhibirá un marcado discurso patriótico y nacionalista; el petróleo goza de una dimensión simbólica que lo ha posicionado como elemento formador de la identidad nacional de los mexicanos.
La bandera nacionalista del T-MEC será ondeada en esas fechas para tratar de unificar en los símbolos a los mexicanos hoy sumidos en una ola de polarización, inseguridad, frustración y crisis.
El cálculo de entrar en mayor confrontación con el gobierno de los Estados Unidos está siendo sopesado y no son pocos los sectores que han enviado señales de lo contraproducente que será entrar a navajazo limpio con los demócratas al tiempo que en la orilla esperan ansiosos su turno los republicanos.
Las elecciones de noviembre próximo pueden darle un giro inesperado a todo ese torbellino llamado T-MEC. No debe olvidarse la coyuntura política en la que se firmó y aprobó en los tres países este instrumento internacional. Hoy el contexto no es el mismo y los principales actores están sufriendo el desgaste que acompaña el ejercicio del poder en un escenario de peligrosa volatilidad económica, social y disputas políticas internas.
Sin embargo, el Presidente juega con su público la carta nacionalista con el uso de la maquinaria propagandística con fines más de legitimar y movilizar su movimiento moreno amenazado por el piso (dis)parejo, que por enfrentar un escenario de ruptura con Estados Unidos.
La forma y el fondo de los matices presidenciales aparecieron ayer al plantear la risible posibilidad de que Biden no estuviera informado de la coyuntura en la aprobación del T-MEC y de los jaloneos y tensiones permanentes con el expresidente Donald Trump reacio al nuevo tratado comercial.
López Obrador ha dejado claro (al menos hoy) que no habrá ruptura con Estados Unidos pero el tema de la soberanía estará en la mesa. La estrategia presidencial del conflicto prolongado pospone conscientemente las batallas decisivas mediante las acciones conflictivas cuidadosamente calibradas y esa es su área de expertise.
Con el objeto de ganar esta narrativa nacionalista para catapultar la movilización social en torno al ajedrez de sus corcholatas va a necesitar una dosis de suerte, el mantenimiento del monopolio del relato y las maniobras de distracción que hoy, siguen siendo exitosas.
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