Las implicaciones ideológicas de la burla, la sorna y la ironía tienen un papel crucial en la visión (a)crítica del presidente López Obrador. En la construcción de su narrativa de buenos y malos, de tintes blancos y negros, ángeles y demonios sin ningún matiz, se observa cómo esta visión se relaciona con el fracaso individual y colectivo del rebaño cuatroté para llevar a buen puerto las metas fijadas hace más de cuatro años.
Desde el atril la risa presidencial sirve para afirmar, destruir o polarizar. Aquella que pinta una frontera ante la mirada atónita y muchas veces desconcertada de los invitados del gabinete a escuchar el sermón mañanero.
Pretender fijar agenda e instalar el relato ha caído ya en lugares comunes y terrenos pantanosos. Las medias verdades son exhibidas tarde o temprano por esa maldita realidad.
Lo sorprendente ha sido la estrategia para subestimar el hackeo a la Sedena donde diario se ventila alguna información que fue escrita, analizada, compartida y autorizada por mandos castrenses.
El hackeo ha revelado (y revelará) la visión de nuestras fuerzas armadas.
Se conocerá su análisis del comportamiento y/o movimientos de grupos criminales, sus nexos con funcionarios y la extensa red de vínculos. Se comprenderá su hoja de ruta sobre la conflictividad social y política. Su cristal con el que se mira los grandes problemas que tiene México.
En los millones de documentos hackeados se mostrará un proceso de estudio interno de fortalezas y debilidades, y externo de amenazas y oportunidades para la esfera del poder. Algunos de los correos que se irán dando a conocer a la opinión pública sobre asuntos de seguridad nacional, interna y análisis político exhibirán un mosaico muy variable e información comprometedora que alcanzará a los de casa y deshojará ese árbol de moras y del círculo cercano a López Obrador.
La estrategia presidencial de burlarse desde la mañanera para encauzar a sus seguidores y al rebaño moreno a subestimar la infiltración del grupo de hacktivistas autodenominado “Guacamaya” en un servidor de la Sedena es un arma de dos filos. Hay información de alta sensibilidad y confidencial.
Si en ocasiones se ha calificado a esa risa presidencial como diabólica —ejemplos hay— es porque se le ha tomado como un insulto al tema en cuestión, como una venganza al pasado, una manifestación de desprecio y de orgullo por parte del jefe del Estado mexicano.
Por ende, se vuelve (in)comprensible cuando espeta que fue un “fracaso” el hackeo a la Sedena y que “la guacamaya se volvió zopilote”.
Al parecer López Obrador no dimensiona, o pretende no dimensionar, que mucha de la información que saldrá en los próximos meses es la que han ido recopilando y analizando distintos mandos militares en todo el país y quizá no estaba al tanto de algunos detalles.
Si el tono de sorna e ironía minimizando el hackeo es forma y fondo, los agraviados deberían ser nuestras fuerzas armadas.
No obstante, la piel castrense ha aguantado vejaciones y situaciones que avergüenzan al uniforme por parte de criminales abrazados por el régimen.
La señal de agresividad e impotencia presidencial al no controlar la narrativa podría ser reflejo de esos análisis plasmados en millones de correos que han osado colocar una lupa a altos funcionarios de su círculo donde además no han sido tocados por el pétalo de una investigación.
La luz en ese túnel castrense donde se ventilan los temas que pueden provocar un efecto dominó de pronóstico no tan reservado y de graves consecuencias internas y externas, está lejos de ser algo cómico más allá de múltiples interpretaciones.
El tiempo tiene la última palabra.
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