La falta de confianza y aprobación ciudadana hacia los congresos no es exclusiva de los países que transitan por procesos de democratización. Las instituciones legislativas en todo el mundo han experimentado una gradual pérdida de confianza pública a lo largo del siglo pasado y ya en pleno siglo XXI, México no es la excepción. Las explicaciones de varios expertos varían, pero hay denominadores comunes; la concentración del poder en manos del Ejecutivo, la naturaleza del trabajo legislativo, el desinterés por la política, la falta de aprobación y confianza en los partidos políticos y la historia de las propias instituciones parlamentarias que han pasado por escándalos de corrupción, profesionalismo, falta de eficacia y los intereses de actores o grupos de poder.
Sin embargo, se sostiene en la teoría —y en la presente coyuntura en la práctica— que el congreso en México es el “brazo ciudadano” en el gobierno.
Los últimos acontecimientos alrededor de la reforma electoral y la agenda presidencial en contra del INE, desencadenó una reacción ciudadana que exhibió en las calles una movilización masiva que prendió las alertas en los partidos políticos y en los pasillos palaciegos. La tensión latente ha sido disparador de conflictos en la burbuja morena que sufre de polarización interna por el nulo piso parejo de una enloquecida sucesión adelantada. Todo de acuerdo a los planes de López Obrador.
En el mejor de los casos y en los tiempos de la familia feliz cuatroté, ambas cámaras habían servido como un mecanismo de gestión frente al Ejecutivo más que una institución autónoma del Estado, pero en los tiempos recientes la abyección legislativa ha sido instrumento fundamental para legislar al vapor y atropellar la Constitución de acuerdo a los intereses políticos de López Obrador.
Esto oscurece las funciones que, a pesar de las carencias y deficiencias de los órganos legislativos, son pilares fundamentales en el fortalecimiento de la democracia mexicana que hoy en la esfera internacional está empezando a ser etiquetada como “en riesgo”.
Las señales son abundantes y el comportamiento de algunos legisladores morenos —que dicen no ser iguales— abona a esta narrativa.
No basta la propaganda mañanera para denostar y atacar a los adversarios con respecto a la reforma electoral para tapar los atropellos con politiquería. Y para aderezar esa agenda dicotómica los recientes acontecimientos en Perú le dieron oxígeno a eso de que las élites conservadoras “hostigaron” al expresidente Pedro Castillo, destituido por (golpista) llevar a cabo una orquesta de errores políticos y sociales aunado a esa venia autoritaria populista para quedarse en el poder.
La peligrosa maniobra fue atajada y prevaleció el orden constitucional. El ejemplo peruano exhibe la importancia del equilibrio de poderes, del Estado de Derecho y de consolidar la democracia. No sorprendió que López Obrador en la mañanera defendiera y anunciara su plan de salvar asilando a Castillo —Evo dixit— fracasando en el intento ya que fue detenido antes de llegar a la embajada mexicana en Perú, la simulación de la no injerencia es, por decir lo menos, aberrante.
La irracionalidad de meterse en asuntos internos de otros países es reflejo de esa cuatroté que lo mismo abraza a criminales y ahora insulta al pueblo peruano y a sus instituciones. La apuesta presidencial en su nuevo drama de contradicciones diplomáticas ha encendido alertas rojas en varios frentes domésticos e internacionales.
Y generalmente la cuerda se rompe por lo más delgado…
@GomezZalce
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