El presidente hace tiempo que como jefe de Estado implementa una estrategia para escalar conflictos, especialmente en su área de expertise que es en el ámbito político. Muy a menudo, como el líder populista que es, crea y/o amplifica conflictos como una forma de movilizar a su base y ganar apoyo en los asuntos de su interés y en los cuales percibe que ha perdido el control. Hace uso del distintivo “ellos” contra “nosotros” como retórica divisiva para establecer una distinción entre el pueblo (bueno y sabio) y las élites. Al crearla ha intensificado el conflicto al señalar a un grupo o individuo como el enemigo o problema.
El pleito latente alrededor de la SCJN está exacerbando las tensiones existentes en la sociedad donde la polarización anida siendo punta de lanza la conferencia mañanera.
Su estrategia de movilizar a su rebaño moreno rabioso y radicalizado en torno a su cosmovisión y causa, está agravando el (mal)ánimo entre dos poderes.
La simplificación presidencial de los problemas complejos echando culpas y presentándose como víctima —ahí está el botón de la ola de violencia y el desastre en materia de seguridad—, tiene eco entre sus fieles que a tambor batiente desencadenan sus aldeanos instintos. Utilizando la táctica emocional, anima a que se dé rienda suelta a una poderosa herramienta de motivación aumentando la hostilidad y la desconfianza, escalando con ello el conflicto.
El embate contra el Poder Judicial no llegará a buen puerto y sin duda, dejará una estela de agravios. Su persistencia para deslegitimar instituciones argumentando que hay corrupción —eso sí, sin voltear a ver los excesos de los de casa— y que no representan los intereses del pueblo puede provocar una onda expansiva de inestabilidad justo en la coyuntura de la cruenta lucha interna por el poder.
El escalamiento presidencial del conflicto se da en diversos ámbitos donde la bola de nieve crece con cada golpe desde el micrófono mañanero.
El ambiente enrarecido y violento se percibe cuando el conflicto se intensifica y se toman posturas cada vez más extremas y distantes, ejemplo de ello fue la movilización ciudadana para exigir un alto a la agresión contra la presidenta de la Suprema Corte, la ministra Norma Piña, quien ha delimitado una frontera con el Ejecutivo, y con ello desencadenado la ira por la nula sumisión al dedito acusador de “golpes de Estado técnicos”.
¿Acaso López Obrador prepara el terreno que sustente el proceso progresivo del conflicto que entra en una nueva etapa pasando los comicios de este domingo en el Estado de México y Coahuila?
Seguir elevando las apuestas aumenta el riesgo de una escalada aún mayor, de tensiones adicionales y riesgos en esferas estratégicas en una coyuntura político social que hierve en los sótanos, donde además hay situaciones potencialmente peligrosas.
La volatilidad de la sucesión adelantada y una incertidumbre que flota en el ambiente moreno ha sembrado semillas en la esfera del poder. Esas que germinan con las mentiras y el discurso de odio propagándose sin control. La sistemática desinformación y la construcción del conflicto lanzados desde el palacio están conduciendo al fanatismo obradorista a una comprensión distorsionada de la realidad, y los efectos de esto cuando la realidad —que llega tarde o temprano— lo golpee, implicará un alto costo social que aún es de pronóstico reservado.