El año del 2020 estuvo marcado por acontecimientos importantes a nivel global por la pandemia del SARS-CoV-2 y sus derivaciones en materia económica, social y geopolítica. Sus estragos aún continúan y la Organización Mundial de la Salud está lejos de dar por finalizada la crisis sanitaria que ha dejado el virus y sus múltiples mutaciones.

En aquella época, Estados Unidos llevó a cabo su proceso electoral donde los traspiés y el (des) gobierno de Donald Trump que dejó una estela de polarización doméstica dio paso al triunfo de Joe Biden, en medio de una tensión y violencia política que tuvo su clímax con la toma del Capitolio el 6 de enero del 2021 por los trumpistas que, azuzados por una narrativa de fraude electoral, se negaban a reconocer la victoria de los demócratas. Dos años después, ese fantasma aún ronda la esfera jurídica y la figura del expresidente y magnate que (man)tiene en sus planes postularse en el 2024, atisba el panorama de los resultados hasta hoy de las elecciones intermedias que han desactivado el relato de una aplastante victoria republicana.

En los conteos hasta el cierre de este espacio, marcaban al Senado exhibiendo lo que parece ser un equilibrio entre demócratas y republicanos, y la cámara de representantes una ligera ventaja para los republicanos, lejos de la masacre que varios sondeos y medios anticiparon, otra quizá sería la historia si se hubiese tratado de la elección presidencial.

Con esto Biden recupera un poco de oxígeno y los republicanos se empoderan ya con una ruta trazada rumbo al 2024 donde el rival más firme de Donald Trump será el reelecto gobernador de Florida, Ron DeSantis. La pregunta frecuente que flota en el ambiente es si estos resultados ¿serán un golpe de timón en la relación bilateral? Sin duda.

La propaganda y el sermón mañanero no van a alcanzar para matizar lo que México y su fracaso en materia de seguridad jugarán en la cancha estadunidense. El escenario mexicano y la narrativa del narco-estado está latente en el ánimo político tanto entre demócratas como republicanos, el control del legislativo en ambas cámaras no significará sustanciales diferencias cuando de seguridad nacional y regional se trate; el combate al fentanilo —etiquetado ya como una crisis de salud— el empoderamiento de las organizaciones criminales, migración y seguridad fronteriza son ejes estratégicos para el gobierno estadunidense y se convertirán en los ejes electorales rumbo al 2024.

Un frente más será también la presión alrededor del T-MEC en el capítulo energético donde México no ha cumplido cabalmente rubros que convertirán aún más la relación bilateral en puntos de inflexión con el gobierno de López Obrador.

La incertidumbre por las elecciones intermedias ha terminado y las baterías serán enfiladas contra el gobierno mexicano para cumplir con lo acordado, el asunto de las controversias no está zanjado y aún hay tela de donde cortar.

No sorprende que en los pasillos de palacio sigan con la andanada de distractores y grotescos calificativos para desvirtuar batallas queriendo desviar la atención.

La cruenta batalla dentro de Morena por la candidatura está suelta y los llamados a la concordia y a la unidad no tienen fondos en el banco del ánimo de las corcholatas; esta guerra intestina no se llevaría a cabo sin el visto bueno presidencial, no hay tensiones ni disputas en esta esfera que no administre el Presidente en sus larguísimos ratos libres.

La línea de tiempo del 2024 corre ya en rutas paralelas. En Estados Unidos y en México.

Y lo claro es que habrá revelaciones como sucede cada vez que los intereses geopolíticos y estratégicos convergen y/o choquen.

La coyuntura doméstica en ambos países dibuja una violenta polarización como denominador común y esto nunca es una buena noticia.

@GomezZalce

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