La dinámica en la que las fuerzas del mercado y la iniciativa privada actúan para equilibrar y limitar el poder de un gobierno se llaman contrapesos. Ello es fundamental en las economías de mercado y en las democracias liberales donde se busca evitar la concentración excesiva de poder en manos del Estado. La actual coyuntura alrededor de la aplastante victoria de Morena en ambas cámaras legislativas ha abierto una grieta en el debate público sobre la próxima Reforma al Poder Judicial que hace meses descansa en el escritorio del presidente López Obrador. Nadie debe equivocarse, esta iniciativa está anunciada acerca de sus formas y fondos y no parece importante los daños directos y colaterales en la percepción de la semilla de incertidumbre sembrada en la mente inversora.
Sin embargo, el cúmulo de señales aderezado por una incontinencia verbal de prominentes actores políticos ha metido presión al nuevo gobierno encabezado por Sheinbaum que ha sido recibido con un balde de agua gélida por los mercados financieros ocasionando el desplome del peso y más grave aún, la onda expansiva acerca de un México más riesgoso; en otras palabras, si se tiene un país con estas características el inversionista pide más retorno por asumir ese riesgo.
Y al pedir más rendimiento el gobierno tiene que pagar más intereses y como consecuencia compromete su capacidad de ejercer el presupuesto público en lo que le interesa. Esto parece haber sucedido en la reciente subasta de bonos —Mbono y Udibono— emitida por el Banco de México.
El pragmatismo en la toma de decisiones enfatiza la practicidad y la efectividad de las mismas en lugar de seguir principios ideológicos rígidos, teorías abstractas o vaivenes tóxicos emocionales. Los inversionistas actúan conforme a la percepción del riesgo país y la dupla López Obrador-Sheinbaum están detonando un nerviosismo, en medio de una transición entre administraciones, por adelantar los costos políticos financieros por la toma de decisiones sobre quizá 5 de las 18 iniciativas que se quieren empujar, sí o sí, en el mes de septiembre.
La audacia de López Obrador no sorprende, su tozudez para conducirse mediante manotazos y rabietas y así sacar a flote sus prioridades está comprometiendo al gobierno entrante, aunque construyan una narrativa aduciendo lo contrario. Los hechos hablan por sí solos.
El tipo de cambio no ha reaccionado favorablemente ya que persisten las preocupaciones sobre las reformas y el déficit presupuestario. Y para documentar el pesimismo, Hacienda informó que redujo la deuda externa del país con vencimiento en el 2025 con el objetivo de darle un tanque de oxígeno al gobierno de Sheinbaum mientras el Banco de México anunciaba que se “podría intervenir” si se mantiene la extrema volatilidad del tipo de cambio.
Hay tormentas que México debería evitar coincidan en el mismo contexto.
La incertidumbre económica financiera y la de (in)seguridad. Ambas tienen la potencia de desestabilizar en el mediano plazo. La volatilidad y la crisis de confianza que se vive por incertidumbre y la falta de contrapesos aunados a la confirmación de autoridades estadunidenses de la entrada de radicales islámicos de Tayikistán por la frontera norte valiéndose de una organización de tráfico de migrantes también presuntamente ligada con ISIS, deben ser alertas en un tablero geoestratégico de ambos países. Y ya ni hablar de los ejercicios militares en el Atlántico de Rusia-Cuba…