La primera etapa de un plan estratégico requiere de un acopio de información tan amplio como riguroso que servirá de base para poder establecer un posterior diagnóstico. Su elaboración se asemeja a una especie de rompecabezas en el que se van creando las piezas que luego se van colocando de forma que tengan sentido y coherencia.
Cada una de esas piezas-corcholatas representa una realidad y poseen una función específica sin embargo, necesitan integrarse con otras piezas para adquirir todo el sentido y de este modo poder establecer un plan consistente.
Empero llegado a este punto la duda genuina es ¿cómo se puede tener la seguridad que esta pieza-corcholata encajará, que es una pieza válida y que tiene la elasticidad que requiere el plan transformador trazado?
Es evidente que el presidente no tiene una estrategia electoral sin objetivos previamente delineados, la obstinación y su ejercicio vertical del poder mantiene un espejismo de unidad morena que no escapa al análisis riguroso de las recientes circunstancias internas y externas que le rodean.
El país transita por una ruta de peligro inminente, los hechos desbordan el horror del escenario kafkiano: robo en Colima de 20 contenedores en una operación impecable de diez horas de logística, linchamiento y muerte en Puebla de un asesor del Poder Legislativo a causa de un frenesí ocasionado por fake news, militares dejan pasar frente a sus narices un comando fuertemente armado de 25 camionetas en Guerrero, civiles armados recorren la zona norte de San Cristóbal de las Casas sembrando el terror entre pobladores y turistas, balacera en Texcaltitlán deja once fallecidos, extorsiones a más de 30 establecimientos de venta de pollo en Chilpancingo y un largo etcétera en el mundo de los abrazos y de los pactos criminales; “...hay lugares en donde predomina una banda fuerte y no hay enfrentamientos entre grupos y por eso no hay homicidios..” explicó López Obrador en días pasados.
Es decir, presidente, ¿hay regiones controladas por una organización criminal hegemónica que se encarga de mantener el orden y administrar la violencia?
No importa cuánto lo nieguen o pretendan ponerlo en duda, pero lo cierto es que lo anterior podría encajar en ese concepto de “ narcoestado ” y que ha empezado a adquirir un peso específico entre la opinión pública nacional e internacional.
Una narrativa peligrosa para todos y en especial para la cuatroté y su proceso sucesorio. Legisladores estadunidenses —demócratas y/o republicanos— han señalado a este gobierno como una especie de Estado narcotraficante, las percepciones cambian y al parecer los conceptos también. Este escenario no conviene a nadie.
México se ha convertido en un Estado degradado cuya arquitectura institucional es demasiado débil o distorsionada para cumplir su rol en el procesamiento adecuado de la conflictividad político y social en amplias regiones del país. Un Estado minado por la corrupción y con elevados índices de polarización. Ineficiente, ineficaz y desordenado, virtualmente secuestrado por la impunidad y subordinado acríticamente a poderosos intereses que se niegan a la cacareada transformación llevada a cabo por una caterva de improvisados en áreas estratégicas. Este contexto sumado a la coyuntura mundial económica lleva al país a resentir graves daños por una inflación galopante y a un escenario que merece un golpe de timón y un análisis serio de prospectiva.
Distraer con el circo de corcholatas, atropellar la ley electoral y acompañados de soberbia pretender aplastar a la oposición es una ruta equivocada y llena de sorpresas. Aunque muchos hoy, no lo crean.
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