Como sucede con cualquier fenómeno histórico, el actual régimen enmarcado en la transformación sigue colocándose en el epicentro de múltiples y encontradas interpretaciones tal y como la esfera internacional —del ámbito empresarial, política y social— atestiguó con la visita de los mandatarios de Estados Unidos y Canadá en la pasada Cumbre de Líderes de América del Norte.
La llegada de Joe Biden con la captura días antes del delincuente Guzmán López en Culiacán, Sinaloa exhibió el punto de inflexión en la relación bilateral en materia de seguridad. Estados Unidos está en la ruta de atajar el tráfico de fentanilo causante de una crisis de salud pública alarmante.
Y en esa misma vertiente está la red de vínculos en todos los niveles del gobierno(s) de México que está coludida en el tráfico de ese ilícito.
Esa cruzada del Rubicón desdibujará cada vez más esa fallida política de los abrazos cuatroté; en plena campaña electoral estadunidense las presiones arreciarán contra los deseos y la propaganda del dedito mañanero.
La señal de la Casa Blanca de publicar los acuerdos alcanzados previos al inicio de la reunión de alto nivel, pese a haber sido generales sin entrar en el diablo de los detalles, muestra lo predecible que es la intención de controlar la narrativa por parte de López Obrador.
La administración de Biden dispuesta a guiñarle al presidente mexicano pero sin conceder de más y como botón de muestra; la llegada en el aeropuerto Felipe Ángeles pero la salida del AICM.
López Obrador es un experto en el manejo de los símbolos, el quid pro quo detrás de la captura del criminal pudo tocar varias aristas y pese a que en la superficie las aguas bilaterales parecen estar tranquilas, en las profundidades Estados Unidos ha apretado a México en las esferas migratoria y de seguridad.
En la primera, la fisonomía de las migraciones internacionales que transitan por territorio nacional cobra mayor relevancia y su impacto, difícil de pronosticar de manera integral aún, modificará conductas sociales en las regiones donde están asentados miles de migrantes y exacerbará las carencias y deficiencias de gobiernos locales.
Este es el elefante blanco del que no se habla en las mañaneras, el anuncio de que México aceptó recibir 30 mil personas expulsadas de territorio estadunidense debería ser un escándalo; las derivaciones de este endurecimiento en la política migratoria de Biden debe ser leída en la coyuntura electoral entre republicanos y demócratas —una película que México ha visto demasiadas veces— sin embargo, el análisis de riesgo de estas medidas tiene secuelas para ambas naciones.
Desde este enfoque a través del discurso donde se le otorga de facto a este fenómeno el carácter de seguridad enmarcado como una amenaza regional, este gobierno no tiene ni hoja de ruta, estrategia y/o prospectiva del semillero de múltiples aristas que son ya esos asentamientos humanos en ambas fronteras gracias a la politica (fallida) esbozada por López Obrador desde el 2018 y su anuncio de visas y trabajo para migrantes.
El quid de preocupación radica en encadenamientos trasnacionales de violencia ocasionando redes de crimen organizado en la órbita de las migraciones.
Y este asunto es una de las prioridades para la administración de Biden que seguirá presionando a la cuatroté, el ejemplo claro del embajador Ken Salazar asegurando que su país prefiere la extradición del delincuente Guzmán López “para que se le den los castigos que merece” no deja absolutamente nada a la interpretación diplomática.