El desplazamiento de poblaciones, las migraciones forzadas, el éxodo y el exilio constituyen nuevas realidades para los habitantes de diversas regiones del país. La lucha cruenta entre cárteles por territorios, por el control de rutas y mercados, ha dejado una estela interminable de muertos obligando a familias enteras dejar sus lugares de origen a causa de la violencia.
Postales de ejecuciones, masacres y ajustes de cuentas se han convertido en el paisaje de la guerra mexicana e impera la percepción de que el Estado está siendo rebasado pese a la frivolidad distractora del relato mañanero.
La percepción que domina gran parte de la opinión pública nacional e internacional acerca del clima de violencia y la inseguridad en México no sólo es consecuencia de experiencias personales y de las formas de comunicarlas, también se encuentra modelada por el tratamiento de la problemática que realizan las plataformas digitales y los medios masivos en contraste con la narrativa impulsada desde los canales para difundir la propaganda del régimen.
Empero la realidad golpea la línea de flotación del control de la agenda; López Obrador lleva semanas perdiendo el dominio de sus temas en el escenario mediático. Ya no sorprende su rostro desencajado o burlón ante el desastre, ineficacia y desorden de su administración. La construcción a su modo de representar la realidad con sus “otros datos” en ausencia de estándares de control o comparación distorsiona la imagen que tiene del país.
Lo que sucede con el empoderamiento de las organizaciones criminales en la actualidad es consecuencia de una estrategia fallida. De omisiones, complicidades y corruptelas que el Estado no está interesado en combatir.
Lo importante es dirigir esas baterías para la persecución política de los adversarios y la distracción envuelta en un papel de víctima permanente y de señalar al pasado.
Parece que la percepción presidencial emerge de la necesidad que tiene para desenvolverse en una burbuja determinada y desde ahí hacer frente a la problemática nacional. La cuatroté vive marcada por la improvisación y brochazos de cinismo. La espiral sin fin para proteger a López Obrador de escándalos, yerros y tragedias.
La culpa será siempre del pasado y nunca del presente.
El cuadro del horror y la impunidad en San José de Gracia, Michoacán, donde toda la autoridad brilló por su ausencia durante horas para darle tiempo a los criminales para ejecutar, levantar y limpiar, esboza el fracaso multinivel y reactiva las señales bilaterales de preocupación sobre regiones con gobiernos fallidos.
Trastabillar con explicaciones y ofensivas justificaciones frente a una masacre raya en un estado mental de enajenación inquietante. Entre el golpe a la línea de flotación moral y la permanente participación hostil en el ambiente político reina un compromiso, pero a favor de un rechazo donde domina el lenguaje acotado de las consignas, la desaprobación y un profundo rencor.
El efecto en los últimos meses está a la vista; el aumento de crispación, polarización y una especie de fanatismo económico-político. Desde la mañanera se legitiman las pifias —solicitar el cambio de nombre a un cártel— y las mentiras como razón de Estado en un tiempo histórico donde la propaganda satura y ahoga en una coyuntura de caos y de guerra(s) marcado por un discreto y mediocre rendimiento de las instituciones.
Pero aun así, la ofensiva cuatroté no podrá minimizar la escalada de violencia en el país ni el tufo a corruptelas que los hace peores al pasado. La percepción ciudadana está en ruta de determinar juicios, decisiones, conductas y ello irá conduciendo acciones con consecuencias reales. La burbuja no es eterna. Tarde o temprano se rompe. Es una cuestión de tiempo.