Hace tiempo que las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos sufren de tensiones y cambios en su paradigma de comunicación. Lo que no cambia son los mensajes con acciones o discursos que generalmente anteceden una reunión de alto nivel como la de ayer. Finalmente los tres presidentes se toman la foto dándose a la tarea de idear un nuevo mecanismo que permita avanzar en las coincidencias y resolver diferencias en una muy compleja coyuntura.
El asunto se antojaría sencillo si no fuera porque México no está en sincronía en materia de seguridad nacional, energética, laboral, ambiental, migratoria y de salud, faltaba más.
El concierto mexicano ha mostrado una clara desafinación musical.
Y el hombre orquesta que habita el palacio da muestra de fuertes contradicciones en política exterior en aquello del principio de la no intervención al manifestar que exhibirá a los legisladores estadounidenses que no estén a favor de la reforma migratoria impulsada por Joe Biden para beneficiar a millones de indocumentados.
El contexto de la reunión trilateral de los Three Amigos sucede en momentos donde el gobierno de México ha enviado señales que suman meses de incertidumbre alrededor de varios rubros que son estratégicos en el (muy neoliberal) T-MEC cuya firma y ratificación “ha sido una acertada decisión en bien de nuestros pueblos y naciones..” expresaba ayer el Ejecutivo asumiendo, quizá, que con esto se disipe la niebla de los incumplimientos de su administración.
Se debe recordar que la última década del siglo XX fue una etapa difícil e intensa que culminó finalmente en el acuerdo comercial transformado en la práctica en un instrumento de integración económica, ideológica, política y de seguridad nacional. El espíritu de ese Tratado quedó ayer más vivo que nunca, y como los mensajes en estos eventos de alto nivel son el fondo de las formas, Biden ayer—en un excelso timing— se dio tiempo para firmar antes de su encuentro con López Obrador , una ley que permite a Estados Unidos perseguir en cualquier país a quienes ataquen a sus agentes.
La contundente señal es la primera para la política de los abrazos de la cuatroté. La prospectiva de los escenarios de violencia, inestabilidad e ingobernabilidad en varias regiones del país exhibiendo el fracaso en el rubro de seguridad no sólo atentan contra el Estado de derecho sino han sido recurrentes alarmas para la inversión y la seguridad binacional.
En la reunión de ayer al presidente mexicano se le vio a ratos incómodo, pero todavía más al pronunciar un discurso con una visión geopolítica al señalar a un actor como China como una amenaza para la región. Ello constata que pese a la propaganda mañanera y al mundo de los otros datos, la realidad se impone en materia de política exterior, intereses estratégicos y lo más importante, en el inicio de una nueva integración aunque para este régimen sea a regañadientes.
Porque si, como le expresó Biden a López Obrador, su voluntad de no ver a México sólo como “buenos vecinos” sino como iguales, implica reciprocidad y un compromiso bilateral —en muchos rubros— de juntos hacer frente al crimen trasnacional, a la crisis sanitaria por el SARS-CoV-2 y al complejo fenómeno migratorio que hoy ya está en un punto de inflexión con los cientos de migrantes circulando por el territorio nacional rumbo a la frontera norte.
Una bomba de tiempo, pues.