La problemática de las desapariciones en México es un tema complejo y alarmante que es hoy epicentro de profunda preocupación y alarma a nivel nacional e internacional. Durante la última década miles de personas han desaparecido en el país y un descomunal número de casos siguen sin resolverse, por no decir la gran mayoría. México enarbola la fotografía de una gran fosa común exhibiendo la impunidad que reina en regiones enteras donde manda y cogobierna el crimen organizado.
La renuncia de Carla Quintana como Comisionada Nacional de Búsqueda de Personas se da en el contexto del sello de la transformación; ocultar para simular la reducción de uno de los crímenes más aberrantes y que enluta y lastima a millones de familias mexicanas. Las cifras promedio de 24 desaparecidos por día —uno por hora— y más de 42 mil personas marcan el sexenio de la muerte de López Obrador. La cacareada transformación que simuló cifras de muertos en la pandemia del SARS-CoV-2 y que ahora pretende rasurar el número de víctimas en este sexenio de los desaparecidos.
Los motivos de la renuncia de Quintana “en virtud de los contextos actuales” dejan poco a la imaginación. Un nuevo frente abierto y choques en la esfera morenista que acumula desencuentros, golpes bajos y fuego amigo para descarrilar a todo aquel que no obedezca la estrategia del círculo íntimo y del dedito presidencial.
Las irregularidades ventiladas en redes sociales y medios para levantar un “censo” de personas desaparecidas fue el detonador de un largo conflicto latente entre Quintana y la cuatroté. Nada que sorprenda a estas alturas donde el cierre de este sexenio esboza un descomunal lodazal de corruptelas, una ola de violencia e impunidad sin precedentes, una cascada de inseguridad encabezada por los intereses de las organizaciones criminales que ocupa y preocupa aquí y en Estados Unidos.
Las señales y los mensajes en plena efervescencia electoral están marcando la agenda allá y una narrativa que se irá construyendo y consolidando a lo largo de estos meses sin que nadie ataje lo que será la marca indeleble de Morena; el estrepitoso fracaso en el combate a los cárteles. Las consecuencias de abrazar y tolerar a los delincuentes y la innegable colusión entre todos los niveles de gobierno(s) que han empujado a México a navegar en un río de sangre e impunidad.
En unos días en la esfera política se conocerán los nombres de los que enarbolarán al morenismo y a la oposición. Menudo reto el que será reconstruir el desastre y caos institucional que dejará la fallida administración de López Obrador. La deuda con millones de mexicanos y las promesas de saliva serán parte de su legado.
La continuación de sus errores estratégicos y de esa ruta de empoderar al crimen organizado llevará oleaje inesperado a su barco sucesorio.
Sin embargo, en las aguas profundas se mueven corrientes que no son valoradas en la superficie. La molestia latente de una ciudadanía y una agenda que no controla pese a arremeter con la fuerza del Estado contra adversarios y opositores son amenazas creíbles.
No todo está predeterminado por condiciones iniciales pero el sistema caótico que vive México es altamente sensible a la incertidumbre de la certidumbre de dónde culmina el camino de la ira, la venganza y la polarización.