En el momento que las redes criminales trasnacionales se asientan en un territorio específico, para existir como un proyecto ilegal debido al contexto de prohibición, despliegan una serie de estrategias que les garantice la complicidad, la impunidad y la normalización de la violencia para evitar se paralice u obstaculice el intento por detener sus actividades. Una parte importante del territorio nacional se ha convertido en un espacio delincuencial de lucha por el monopolio legítimo de proyectos ilegales y de agendas políticas que juntas han sido una mezcla volátil de corrupción y desafío al Estado mexicano .
En el seno de las organizaciones delictivas se ha producido una estructuración y diferenciación social que permite hablar de la existencia de relaciones jerárquicas que trastocan la esfera de la autoridad. Lo inquietante es que en el lapso de tres años esta división dista mucho de presentarse como algo acabado. La evolución y diversificación de las actividaes ilícitas de los cárteles sigue su curso y éstas se exponenciaron en tiempos de pandemia. La política de los abrazos no ha funcionado para detener la ola de horror que viven regiones del país.
La aparición de cuerpos colgados en plena vía pública, secuestros de elementos de la Marina , carros bomba para liberar a reos de un penal, ejecuciones en playas turísticas, fugas en motos acuáticas y ataques con explosivos en drones a nuestras fuerzas armadas son ejemplos del absoluto descontrol y de la peligrosidad en la escalada de violencia.
El escenario inquieta todavía más cuando en la otra esfera, la institucional, la disputa, las revanchas y las agendas personales exhiben síntomas de la implosión en la cuatroté. Dos de las figuras más representativas en el combate a las organizaciones delictivas están inmersos en una guerra de investigaciones y filtraciones golpeando la línea de flotación anticorrupción. Pese a ser minimizado en la propaganda mañanera, la hoja de ruta de varios acontecimientos y el golpeteo ha causado molestia en los pasillos del palacio.
Llama la atención que no se haya previsto el resultado de la larga tensión latente entre los poderosos protagonistas de las investigaciones mutuas. Esa relación institucional ha pasado por importantes diferencias y profundo encono. Los cotos se permitieron, las agendas personales se toleraron y los errores han sido muy costosos para todos no sólo en términos de imagen de este gobierno sino en la percepción. La politización de la seguridad y la justicia arroja al ciudadano a un escenario de terror paralelo al contexto de la violencia, la inseguridad y el desafío criminal.
El ejemplo en la cúpula fulmina cualquier estrategia. La lucha por el poder político y la forma del fondo muestra el resquebrajamiento de una transformación que en este rubro fracasa de manera integral.
Las organizaciones criminales transnacionales requieren ser atacadas en todos los frentes con la fuerza del Estado en coordinación, comunicación y estrategia conjunta. El pleito en las más altas esferas encargadas de combatir al crimen organizado no llevará a buen puerto el buque presidencial.
Y esto no es una buena noticia empezando el cuarto año de gobierno con una sucesión adelantada y el caos interno; ni para López Obrador y la enloquecida jauría, ni para las instituciones cuya fragilidad torpedea el cambio, ni para la comunidad internacional que observa atónita la descomposición y la ausencia del orden en una esfera de interés estratégica.
La señal de esta indisciplina e insubordinación no soluciona sino ahonda las diferencias y los agravios en la burbuja presidencial además de empoderar aún más a las organizaciones delictivas. El paradigma vertical cuatroté para dar salida a todo conflicto con dosis extremas de ideología y politización resultará tóxico rumbo al 2024.