El comportamiento agresivo es un predictor de problemas de conducta, así como de inadaptación en los contextos en los que se desarrolla. Existe una amplia evidencia empírica que señala que el comportamiento agresivo se asocia a comportamiento antisocial que es estable a través del tiempo y de los contextos, sin embargo, también puede ser detonador de conflictos latentes no resueltos. Los problemas psicológicos no se reducen a los individuos, sino que son parte de dinámicas de interacción donde se conjuntan creencias, comportamientos y emociones.
Hace tiempo que el presidente López Obrador modificó su discurso incluyente —eje fundamental para la victoria de Morena en las elecciones del 2018— por uno de polarización, odio y encono.
La estrategia de radicalizarse dando paso libre al rencor ha dado quizá los frutos esperados; el divorcio entre los miles de ciudadanos calificados como “corruptazos, fifís, aspiracionistas, rateros, clasistas, hipócritas etc.”, en alusión a la convocatoria que derivó en una multitudinaria marcha en defensa del INE y contra la reforma electoral planteada por Palacio Nacional. La ola de manifestantes tiene muchas lecturas sociales y políticas, pero una inobjetable: hay un hartazgo, decepción y enojo con el actual régimen.
El pronóstico de dónde convergerá esa contrariedad social no puede ser desestimado o subestimado.
Los errores estratégicos del gobierno en rubros importantes y la consistente narrativa enmarcada en un discurso dicotómico calan en el ánimo ciudadano nacional logrando que el disparador del conflicto latente con el Ejecutivo fuera el embate que se pretende llevar a cabo con la reforma electoral ya epicentro en el relato bilateral acerca de la democracia mexicana y sus instituciones. La alusión del Departamento de Estado estadunidense sobre el INE y la piedra angular de la democracia basta y sobra para entender que actores importantes están atentos. Minimizar lo que sucedió en Reforma y sus calles aledañas en la Ciudad de México tendrá consecuencias y resolver por la vía fácil el mensaje, será un bumerán.
La convocatoria de López Obrador a una marcha, después del golpe a su línea de flotación el domingo 13, para movilizar estructuras partidistas y políticas desde el poder no tiene mérito alguno.
Ahí estará la cúpula en el poder local, estatal, federal y partidista “defendiendo” la dicotomía presidencial que en el modo, las formas y el fondo, exhibe las nulas herramientas analíticas para explicar la gravedad de muchos fracasos que germinaron el contexto actual empujada por fallidas políticas públicas y la persecución a opositores y/o adversarios desde el micrófono mañanero.
La crisis económica inflacionaria y la crisis de inseguridad arropada en los abrazos enmarcados en el relato de un narco-gobierno están presentes todos los días en la vida diaria de millones de personas y pronto será epicentro electoral en los Estados Unidos.
Concentrarse en responder a los efectos de una movilización ciudadana muestra una vez más un patrón lineal de inmadurez incapaz de procesar y /o administrar de manera correcta y eficiente las emociones. ¿Acaso se considera en el palacio una derrota la abarrotada manifestación ciudadana para defender el ataque al INE?
No sorprenderá que la visión cortoplacista y la soberbia que acompaña a la burbuja palaciega derive en descalabros no sólo electorales sino en el mediano plazo, de gobernabilidad.
Mantener la ruta de colisión en pleno quinto año de gobierno es una apuesta audaz e irresponsable. La trampa que aguarda la narrativa de encono de la cuatroté en su argumentación será visible en la carrera formal por el 2024.
Y la marcha del domingo mostró la punta del iceberg del rechazo.