La violencia ha sido materia constante de estudio de expertos y científicos sociales. En las últimas décadas se ha convertido en uno de los temas privilegiados de discusión, pero en particular en este sexenio de abrazar a las organizaciones criminales y cuidar la vida de sus integrantes se vuelve nodal para reflexionar cuáles serán las consecuencias de esta estrategia abanderada e impulsada por López Obrador.
El río de sangre y tolerancia a la impunidad cambiará el escenario mexicano y el resultado de la estrategia dejará una huella indeleble en el ánimo de nuestras fuerzas armadas y de la ciudadanía. La atención demostrada no resulta en vano si se toma en cuenta el auge de violencia desatada en estos últimos tres años donde en México no se necesitan guerras para competir en violencia; el pasado 24 de mayo ha sido el segundo día más violento en la cacareada transformación. 118 homicidios dolosos en 25 estados. En el mundo de los otros datos el presidente afirma que terminará su sexenio con buenos resultados en materia de seguridad “porque vamos avanzando”.
No es suficiente estudiar hechos violentos, características, números y alcances para poder encararlos con éxito sino en la estrategia integral incorporar sus causas y su dinámica de desarrollo, vía que para López Obrador está reducida a entregar dinero y tolerar la impunidad. Se olvida que para el Estado la violencia, aun cuando se conceptualice, no puede permanecer en un “modo” neutral. Inquietan varias de las rutas que este gobierno ha trazado para hacer frente a este fenómeno que tiñe de rojo enormes regiones del país empoderando a los cárteles y exhibiendo que al ser permisivo con la impunidad se está del lado opuesto al Estado de derecho. Se está del lado de los delincuentes que se saben protegidos por el hilo de la corrupción local y federal pero también por la narrativa mañanera de abrazos, no balazos. Delincuentes persiguiendo y humillando a militares, ajustando cuentas en frecuentes balaceras a toda hora que se han normalizado y aterrorizado a la población.
No es un escándalo el actual contexto nacional traumático y doloroso para millones de mexicanos que está empujando al país a un punto de inflexión si este infierno sigue su curso.
En la euforia de la olla electoral si se considera lo sucedido en la elección intermedia, las organizaciones criminales serán protagonistas y disparadores de conflictos latentes locales. Quintana Roo es botón de una sostenida descomposición y de una rampante corrupción de todas las autoridades en ese paraíso para el crimen trasnacional.
López Obrador no es culpable de la violencia, pero sí es responsable de la incontrolable escalada de la misma. Es responsable del impulso de su narrativa del abrazo y de permitir que se empoderen los criminales y de pasar por alto las vejaciones a nuestros militares y de querer cubrir el caos de la impunidad.
Veracruz se pudre y Michoacán, Sonora, Guanajuato, Estado de México, Baja California,…
La estrategia que defiende es un absoluto fracaso. Y tarde o temprano se tendrá que rectificar.
@GomezZalce