Los gobiernos populistas a menudo recurren a la retórica y la posverdad como herramientas para socavar los fundamentos de la democracia y consolidar su poder; estos últimos cinco años el régimen de López Obrador ha demostrado que su meta siempre fue el poder absoluto sin rendición de cuentas, sin restricciones legales, institucionales o constitucionales. En resumen, un poder sin límites en el ejercicio de su autoridad.
La sistemática apelación desde la mañanera a las emociones como la ira y el resentimiento de sus seguidores creando la narrativa simplista entre “nosotros y ellos” preparando terreno para el 3 de junio, sólo demuestra que es incierta la confianza de una victoria electoral para continuar seis años más.
La distorsión deliberada de los hechos de una realidad que golpea las mentiras presidenciales para ajustarla a una narrativa predefinida no está teniendo fondos suficientes en el banco de los ánimos morenos. Varios actores comienzan a percibir en territorio una furia escondida en el corazón de una ciudadanía que se siente abandonada por el Estado. La imparable violencia que aplasta el presente y futuro de millones de mexicanos cala diario ante la negación de la burbuja en el poder.
El cinismo de unos cuantos para subestimar los datos duros que van desde oficios, videos y audios sobre la montaña de corruptelas, excesos, tráfico de influencias, enriquecimientos ilícitos y omisiones criminales del círculo más cercano a López Obrador terminan por ponerle el último clavo en el ataúd de aquella esperanza de un verdadero cambio prometido en el 2018.
La ruta para pavimentar el segundo piso de la transformación está llena de minas, pantanos y explosivos. En Sinaloa el secuestro de familias enteras exhibe quién manda ahí abrazado por el gobierno. Las decenas de candidatos asesinados en diversas regiones por no convenir a intereses delincuenciales no preocupan en el palacio donde la atención está enfocada en la simplificación de problemas complejos y el desprecio por las instituciones democráticas.
Determinados a preservarse en el poder por un sexenio más, el relato ordenado para que seguidores y propagandistas velen armas y se defienda lo que ya considera el triunfo de Morena en las próximas elecciones es una muy peligrosa apuesta. En primer lugar, no se ha dimensionado el estado emocional de un electorado que cada día ve con más claridad dos proyectos totalmente distintos en visión, esencia, forma y fondo; continuidad o cambio.
La evaluación del conflicto social latente está subestimada por lo tanto, el presidente envalentonado cincela todos los días la polarización que ya cosecha en un ambiente enrarecido y de niveles de tensión insospechados.
Los imponderables, de los que se ha hablado en este espacio, comienzan a emerger y el manejo de las crisis se circunscribe a escupir mentiras, hacer propaganda barata y culpar al pasado. El tufo a muerte por una desbordada violencia gracias al fracaso en materia de seguridad recorre demasiadas entidades mientras se traslada la responsabilidad del desastre, faltaba más. De continuar el presidente a escasas 9 semanas de las elecciones con sus técnicas de demonización de grupos opositores y la creación de un enemigo común para mantener la cohesión dentro de Morena y desviar la atención de la violencia del cogobierno con el narco, se puede entrar en un escenario inmanejable para “ellos y nosotros”.
Ni más, pero ni menos.
@GomezZalce