Las amenazas creíbles que desde hace ya varios meses vienen lanzando altos funcionarios del gabinete de la administración de Joe Biden van consolidando una narrativa que tiene ecos en esferas tanto demócrata como republicana.

México con la cuatroté de los abrazos presidenciales avanza al abismo de que varias de sus regiones sean consideradas como narcoestados donde las organizaciones criminales están empezando a tener un control sustancial sobre los gobiernos, las fuerzas de seguridad y varios sectores importantes de la sociedad. La corrupción generalizada que ya atraviesa de manera transversal los ámbitos políticos, económicos y sociales ha desencadenado un relato peligroso para el próximo gobierno.

El artículo publicado en la prestigiosa revista Science sobre un estudio estimando que el narcotráfico es el quinto empleador más grande del país enmarca el cuadro de horror y de la pesadilla mexicana. Los escándalos de noticias sobre jóvenes secuestrados y torturados para engrosar las filas del crimen organizado parecen estar normalizados en zonas estratégicas donde quienes mandan son los delincuentes. La ciudadanía abandonada a su suerte ante la guerra que se libra todos los días entre criminales por el control de zonas y de espacios dentro de las esferas institucionales.

La imagen en Chiapas hace unos días de un desfile de carros con hombres mostrando armas de uso exclusivo del ejército parecía sacada de una película de ficción mientras el pueblo bueno y sabio aplaudía su llegada, dio la vuelta al mundo colocando a México y a este (des)gobierno en el epicentro del debate y de una colusión —o por lo menos permisividad— con el cártel de Sinaloa.

Un auténtico desafío al Estado. Y el Estado ausente. El estado fallido. El narcoestado.

La impunidad arropando a esta caterva de criminales sin aparecer ninguna fuerza de seguridad. Una caravana que pudo ser monitoreada hizo su entrada triunfal en la frontera sur de Chiapas donde el gobernador es sin duda, la estampa perfecta de la incapacidad, la omisión, la negligencia y el fracaso.

Los diferentes eventos que con su violencia e impunidad desgarran la vida de millones de mexicanos y aquí se minimizan en la mañanera con justificaciones y señalamientos estúpidos acusan recibo en los despachos de la DEA y del fiscal general en Estados Unidos desde donde lanzan las amenazas creíbles; por un lado, “Ovidio Guzmán no será el último extraditado” y cerrando la pinza por el otro, “..el cártel de Sinaloa y el CJNG representan la mayor amenaza criminal que Estados Unidos ha enfrentado y nadie va a descansar hasta que derrotemos a ambos..”.

La ceguera en el Palacio y en la burbuja del poder más concentrados en el desorden sucesorio de las imposiciones y favoritismos salpicado de fuego amigo y con una irreversible polarización interna, no alcanzan a dimensionar lo que esas frases significan en la forma y el fondo y en el corto y mediano plazo.

La credibilidad de las amenazas lanzadas por esos despachos encargados de la seguridad nacional en Estados Unidos y en el contexto de la carrera presidencial —allá y acá— son un factor clave de la tensión bilateral que no se está analizando con cuidado.

La herencia del desastre transformador y la continuidad un sexenio más de una política fallida de abrazos que ha empujado a México al precipicio, está en la agenda estadounidense. Basta y sobra analizar la construcción de la narrativa del país como estado fallido para utilizar el “hard power” justificado.

López Obrador y su rebaño moreno no comprenden que el viraje en la estrategia de seguridad es una condición sine qua non en la de por sí compleja relación bilateral.