La securitización es el acto mediante el cual un gobierno, líder o institución presenta un fenómeno como una amenaza existencial, logrando que la opinión pública y las élites acepten acciones excepcionales para enfrentarlo.
Es un proceso político, no un hecho objetivo.
El concepto proviene de la escuela de Copenhague de seguridad internacional, donde algunos expertos plantean que las amenazas no son naturales, sino construcciones políticas. Ello es importante porque cambia las reglas del juego modificando las relaciones de poder entre países.
La recién anunciada Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSS) coloca el epicentro geopolítico en el hemisferio occidental, representando un cambio profundo y un giro hacia un enfoque más unilateral, nacionalista y de uso del poder económico y militar.
América Latina pasa a ser una zona clave de interés estratégico para Washington; migración, narcotráfico, crimen trasnacional, terrorismo, control de rutas marítimas, puertos y fronteras delinean el documento como hoja de ruta que hace meses viene elaborando la Casa Blanca.
El cambio de paradigma es un reordenamiento global del poder estadounidense que tendrá implicaciones de largo alcance, reviviendo de facto la Doctrina Monroe con lo que analistas llaman el “Corolario Trump” y reivindicando a Estados Unidos como potencia dominante en su hemisferio, dejando claro la prioridad de sus intereses domésticos y regionales, debilitando —o al menos cuestionando— arquitecturas multilaterales de cooperación que dependían de su liderazgo.
En ese marco, la seguridad se redefine.
La NSS 2025 de Trump implementa una securitización amplia, no sólo de problemas tradicionales, sino también de ámbitos económicos, comerciales y tecnológicos, bajo el paraguas que todo ello es vital para la seguridad nacional.
Esta securitización como eje geopolítico no es un accidente retórico; constituye el eje vertebral de su estrategia internacional que legitimará un tipo de intervención global y regional mucho más amplia, flexible e invasiva. El despliegue en el Caribe y el escalamiento naval-militar contra la dictadura de Maduro en Venezuela, donde fuerzas estadounidenses incautaron un buque petrolero que presuntamente financia a grupos terroristas, no deja espacio a la especulación.
En este contexto, México entra a la revisión del T-MEC convertido, bajo el criterio del referido documento, en un instrumento de control, presión y alineamiento geopolítico más que un acuerdo de libre comercio, quedando subordinado a la agenda estratégica, no comercial.
Sheinbaum ha padecido las medidas comerciales como herramientas de seguridad. El golpe mediático de rudeza innecesaria sobre la aplicación de aranceles a México por la cuota del agua, el día después de las sonrisas mundialistas, es la cruda realidad bilateral.
En esta lógica no sorprende el desaseado recule en la explicación mañanera del coche bomba en Coahuayana, Michoacán, como un acto de terrorismo. Significaría abiertamente la aceptación de que no se controla plenamente el territorio y que existe una amenaza hemisférica, validando el marco conceptual de Trump.
Y con ello acelerar el proceso en Washington, donde el manto de impunidad de la cuatroté que protege a la hidra huachicolera político criminal, es vista como un punto de fragilidad en el orden hemisférico, ergo, la estabilidad político mexicana pasa a ser un asunto directo de la seguridad estadounidense.
@GomezZalce

