Los ecos de las fricciones y disputas (no) veladas permiten visibilizar las tensiones latentes en el rebaño moreno en la loca carrera por la candidatura presidencial. ¿Cuáles son los determinantes del (des)equilibrio político? La comunicación y propaganda desde la mañanera recurre a diversas estrategias y estructuras discursivas de tipos de polarización para expresar de manera contundente la línea de la ideología y las opiniones derivadas de la misma. Mediante el recurso de la antonimia —estrategia lingüística discursiva empleada por el Ejecutivo— se legitima a los de casa y se deslegitima al contrario y/o adversario.
El problema surge cuando la dinámica destructiva contra los opositores es adoptada por los de casa para detonar el fuego amigo sin un árbitro que contenga las animadversiones y diferencias. Sobre todo, cuando el árbitro se ha puesto creativo entrando de lleno al pleito a navajazo limpio por la candidatura presidencial sin detenerse a sopesar el daño inflingido contra la mentada transformación, sus correligionarios y su líder.
El ambiente enrarecido además por el hackeo al servidor de la Sedena y la desbocada sucesión en medio de una severa recesión y crisis económica —de seguridad ni hablar—colocan al país en una situación de riesgo inminente.
El reporte de la misma Sedena filtrado por el grupo autodenominado “Guacamaya” sobre el control de las células criminales en el 72% del territorio nacional es una cifra de escándalo que debiera ser una prioridad para este gobierno.
Las alianzas entre grupos criminales con autoridades han permitido una expansión de violencia e impunidad y una imperdonable normalización de escenas dantescas.
No hay transformación en un país bañado en sangre y con un nulo Estado de derecho en regiones enteras al tiempo que la contienda política morena se regodea en el fango de las permanentes descalificaciones y exhibiendo —entre muchas cosas— la simulación de unidad.
Lo grave es el desgaste al que es sometido un proyecto que hace agua hace más de dos años en áreas estratégicas. El llamado de López Obrador a los suyos para no polarizar y desmarcarse del fuego amigo no parece encontrar eco o es sencillamente una ilusión mediática.
Quizá lo que realmente desea el presidente es que reviente la presa de la disputa por el 2024 y de una vez “quién conmigo y quién contra mí”.
Difícil entender la beligerancia del titular de Gobernación y la incontinencia verbal de una gobernadora. Surrealista asimilar que un manotazo de Palacio no ponga orden en el desorden. Inimaginable pensar que el campo de batalla entre aspirantes a esa candidatura no esté dibujado y analizado desde la burbuja en el poder. La esfera de la política es el área de expertise presidencial. Uno de los riesgos ya previsibles serán las consecuencias de tropezar con las amenazas, señalamientos y filtraciones pensando que no pasa nada y apostando a una memoria corta.
Planear una ruta de colisión con los “fifís”, conservadores, clase media, feministas, adversarios, opositores, analistas, periodistas, medios de comunicación, empresarios, activistas, actores internacionales al mismo tiempo que una de ataques y fuego amigo entre los equipos y las “corcholatas” es audaz y un peligroso juego de suma cero; el desafío de esa estrategia es evitar que se vayan anulando los protagonistas en esa lucha de avances y retrocesos. Pero… ¿qué puede salir mal?
@GomezZalce
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