La confusión entre “sexo” y “género” es común entre personas con falta de educación ya que son conceptos distintos que se refieren a diferentes aspectos de la identidad y la biología humanas.

Con relación al vergonzoso tropezón presidencial que ilumina sobre la falta de un equipo de estrategas y/o asesores que coordinen el mensaje y una mínima comprensión del contexto, habrá que hacer algunas puntualizaciones y un crash course sobre el dilema de López Obrador que, sumergido en su burbuja de ira, continúa arremetiendo contra Xóchitl Gálvez, siendo fiel al mantra transformador de mandar al diablo las instituciones.

El distractor mañanero de la semana se centró en los sistemáticos ataques contra ella que le generaron medidas cautelares del INE al ser considerados como actos de violencia política de género.

Y para (no) variar y ser congruentes con la actitud, el Ejecutivo el pasado miércoles resbaló al expresarse sobre el tema haciéndose bolas para colocarse en el papel que juega a la perfección; el de víctima.

Y así en el común y corriente —más corriente que común— nado sincronizado, salieron los coros de su rebaño moreno a defender lo indefendible al evitar reconocer y entender la distinción que hay entre estos conceptos para abordar cuestiones de igualdad de género, derechos humanos y diversidad. No se olvide que es precisamente en esta administración que se ha dado la imparable cifra de feminicidios y de actos de violencia contra la mujer. La realidad contra su discurso es demoledora.

Sin embargo, como se ha escrito en este espacio cada semana, no alcanzan las maromas y pirotecnia barata para desviar el reflector del desastre en corrupción y en materia de seguridad. Los relatos diarios sobre la impunidad reinante de una caterva de delincuentes en carreteras —ante la absoluta ausencia de la Guardia Nacional—, ajustes de cuentas entre cárteles que se disputan el control de regiones, Guerrero sin ley, Michoacán como ejemplo de violencia, Quintana Roo, Sinaloa, Chiapas, Colima, Morelos como joya de la transformación para proteger criminales y corruptelas, el Estado de México sumido en un océano de extorsiones, y un largo etcétera. Y ante información sobre la deshonestidad valiente de diversos funcionarios de la cuatroté se despeja el camino para la corrupción como “área de oportunidad”.

Hoy en medio del torbellino político-electoral, el enemigo común son las organizaciones trasnacionales que gracias a los abrazos presidenciales y a una fallida estrategia por parte del Estado mexicano se han diversificado de manera alarmante.

El magnicidio del candidato ecuatoriano a la presidencia, Fernando Villavicencio, es relevante indicador de cómo el cártel de Sinaloa —señalado por autoridades estadounidenses de tener operaciones en varios países del mundo— impacta en la región ya en la esfera electoral. México ha sido epicentro de esos intereses, el reciente ejemplo guerrerense de la descomposición y de los acuerdos morenos con grupos del crimen organizado, han empujado al estado a la ingobernabilidad, impunidad, caos y violencia.

Sin embargo, esto no ruboriza o preocupa al Presidente y su círculo, que diariamente decide que es más importante utilizar un lenguaje cargado de resentimiento y desdén hacia todo aquél que disienta del illuminati presidencial. Audaces y sin recato alguno, se subestima el impacto que cada mañanera arrastra consigo.

Las acciones persistentes, tenaces y sistemáticas de este régimen que persigue, polariza, violenta y aplasta el disenso están teniendo un desgaste en el ánimo ciudadano, de por sí afectado y lastimado por el enrarecimiento político y la escalada de imparable violencia.

Y eso que aún no empiezan las verdaderas sorpresas.

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