Utilizar ampliamente los aranceles como herramienta de negociación dura, marcará el mandato de Donald Trump. Y con ello el objetivo de obtener concesiones económicas, comerciales y políticas de otros países está surtiendo un rápido efecto.

La estrategia puede generarle beneficios a corto plazo, sin embargo, el riesgo de represalias y distorsiones económicas son un factor latente. Y Estados Unidos no puede estar en pleito permanente con actores geoestratégicos.

La situación en la relación bilateral con México que ya vive un cambio de paradigma está sujeta al tema de (in)seguridad, tráfico de fentanilo y migración.

Las deportaciones son un motor mediático para el magnate que moviliza su base electoral, genera atención en medios y plataformas digitales reforzando su imagen de líder fuerte en materia de seguridad nacional. Su retórica antiinmigrante y su promesa de “ley y orden” aderezada por las redadas y los operativos de ICE generan imágenes impactantes lo que le ayuda a mantener el tema en el epicentro del debate público.

Trump sigue dominando la agenda mediática provocando reacciones tanto de apoyo como de rechazo.

En paralelo los mensajes hacia el gobierno de Sheinbaum son suficientemente claros; la migración será el quid pro quo para que México siga siendo el “tercer país seguro”. Podrán intentar cambiarle el nombre y el relato desde una mañanera, pero al final ese acuerdo, tomado además de forma unilateral, se está llevando a cabo. La crisis por unas horas con Colombia fue una señal clara de usar los aranceles para temas que distan mucho de ser una agenda comercial sino una política. Todos los países que se opongan a sus designios se les aplicará un correctivo arancelario. México está en la fila y Trump hará lo propio.

La duda razonable es cómo llegará a la cifra que prometió en campaña. Aplicar en una sola exhibición 25% a todos los productos mexicanos, raya en lo audaz e irresponsable. Trump jugará la carta de administrar el correctivo hasta que México cumpla. Y es aquí donde puede entrar el tema de (in)seguridad. En los últimos meses Sheinbaum ha dado golpes importantes contra las organizaciones delictivas, lo que supone no se hizo durante seis años. La tolerancia y los abrazos hacia el cártel de Sinaloa no terminan de asombrar al mundo entero. La violencia desatada en el estado (des)gobernado por Rocha Moya es la fina realidad de un narcoestado.

Las lamentables expresiones de la presidenta culpando la detención del delincuente “Mayo” Zambada al caos y desastre sinaloense marcan con absoluta claridad quién mandaba ahí. Quién garantizaba la gobernabilidad y el orden.

No hay distractor suficiente que impida tener la lectura que el gobierno de Estados Unidos esperó el timing correcto con la extracción-detención del líder de esa poderosa organización trasnacional. El tiro fue preciso, la estela de consecuencias es aún de pronóstico reservado y la cadena de eventos está en curso.

Trump y Rubio reconocen el trabajo de México en el combate contra células delictivas y objetivos prioritarios generadores de violencia, pero falta un ingrediente sustancial.

La hidra de la red de vínculos político-criminales. Y vendrán las presiones —no se descarten arancelarias, mediáticas y con filtraciones cortesía de los capos en prisión— para que el gobierno mexicano entregue y descobije una lista de más una decena de altos funcionarios y sus familiares.

Se vienen semanas muy complicadas para Palacio Nacional

@GomezZalce

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