Para despedir este aciago 2022 se debe reconocer que el discurso moralizante cuatroté para mostrar que la moral es, en su sentido más estricto la moral de su propia transformación que produce la inmoralidad, parece ser la justificación perfecta para atropellar la Constitución y las leyes que de ella emanan.
Cerrar el año en medio de una avalancha de escándalos en el área jurídica mete más presión a una furibunda sucesión adelantada y da inicio formalmente al fuego amigo que sin lugar a dudas, se saldrá de control.
El presidente se equivoca al dar su espaldarazo —cual guardián de la ética y la moral— permitiendo una cadena de conductas y violaciones sistemáticas que terminarán siendo un bumerán para su gobierno.
En esta (de)construcción de la cacareada transformación, que pretende enseñar un nuevo paradigma político-social , se navega por aguas profundas con dolo, alevosía y ventaja.
Flotar en la propaganda mañanera de las aguas superficiales palaciegas tiende a mostrar lo que el dedito acusador pretende marcar con su agenda: la distracción, los ataques y el permanente encono que será un disparador de un largo conflicto latente, no sólo en la burbuja de los de casa sino en la esfera doméstica nacional.
López Obrador reconoció hace unos días que históricamente los finales de cada administración son complejos y remató expresando “…vamos a una etapa difícil, porque vienen las elecciones. Si hay ahora ataques, pues imagínense... y lo mejor es lo peor que se va a poner”.
Palabras que en boca del jefe de Estado mexicano ponen de manifiesto que la ruta de desconocer las reglas, normas y leyes electorales será una prioridad y ejemplos sobran en estos últimos días.
El tratamiento que este gobierno y su rebaño moreno han dado a la política en este 2022 ha sido de alguna manera pendular; oscilando entre una imagen utópica y cínica .
Algo así como dos ejes diferenciados, pero con un denominador común marcado por la línea, por la narrativa permitida donde nadie se sale del guion o será expulsado del Edén .
En ese espacio brotan los despropósitos y la guerra intestina de personajes cuyas conductas responden al afán de poder, a la soledad política, al rencor y en ocasiones la rabia. No hay una actitud que se asemeje a aquel relato electoral incluyente del 2018 sobre una república amorosa. Los cacareados planteamientos éticos y morales se tiñeron hace tiempo de gris llenando de peligrosos matices la esfera política judicial.
En esa dicotomía de buenos y malos, ellos y la amplísima gama de los “conservadores”, se adopta una postura maniquea. Para proteger la transformación y la narrativa del líder deben convertirse en transgresores de la ley y aplaudir rabiosamente la destrucción institucional.
En unos meses empezará a emerger el tamaño del iceberg, dentro de la burbuja morena del poder y fuera de ella, que se ha formado en estos poco más de cuatro años.
Que así sea.
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