Noticias de hechos recientes y sobre otros tantos acontecimientos a los que medios de comunicación y sociedad dan seguimiento, me llevan a plantear un cuestionamiento trascendente e inevitable a favor de nuestra patria: ¿Qué nos pasa a los mexicanos?

Apenas unos años atrás, pensemos en las dos décadas precedentes, cualquiera que fuera el retraso, falla o deficiencia en el cumplimiento de las obligaciones del servicio público resultaban insostenibles y ampliamente señaladas. Sin embargo, en el presente “todo pasa” y no emerge repercusión alguna, revelando una tendencia en términos de liderazgo institucional. Reitero, “no pasa nada” y preocupa el posible impacto de circunstancia tal, a causa de los enormes riesgos que este fenómeno puede acarrear al Gobierno Federal, a sus estructuras y al mismo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. No basta con emprender una cruzada anticorrupción; además, debe actuarse en contra de la impunidad sea cual fuere su intensidad o ámbito de prevalencia.

Me pregunto ahora, después de seis décadas de actividad en el Servicio Público, si acaso éste y el liderazgo no debieran exigirse mutuamente un acompañamiento indiscutible para alcanzar los más nobles propósitos. Quizá no sea yo quien deba efectuar la descripción de este panorama; empero, sí puedo subrayar que, en los distintos cargos y responsabilidades para las que he sido convocado, siempre se procuró el mayor cuidado en toda acción y, muy en especial, cuando resultó necesario vigilar alguna merma; pues la sociedad no perdonaba, repito, fallas o insuficiencias. A su vez, medios y líderes de opinión se tornaban en grandes críticos y la exigencia de corrección o castigo emergía entre la ciudadanía.

Quien accedía a funciones tan relevantes, habría de hacerlo con pleno conocimiento de causas, demandas e implicaciones. Se requería de una entrega total, capaz de aliviar y proteger profundamente de desajustes a la administración, impregnando todo proceder de indispensable probidad, máxime en tanto los resultados esperados tomaban cada vez mayores visos de orden y desarrollo comunitario; incluso, cuando había que atender programas sociales que tenían presupuesto escaso o inexistente.

Estoy cierto de que en medio del maremágnum administrativo, observé las más diversas situaciones a lo largo de mis seis décadas como servidor público; pero ya en las postrimerías de mi vida, con mayor razón distingo y no puedo acallar mi interpretación del cotidiano acontecer nacional.

¿Tenemos conocimiento pleno, como país, del rumbo y destino hacia el que nos dirigimos? ¿Hay claridad respecto a aquello que deseamos para las próximas generaciones? ¿Estamos plenamente convencidos del apremio que habría de establecerse y de la puntualidad en el cumplimiento de nuestras obligaciones en todos los campos esenciales del ser y el quehacer del servicio público?

Reparemos de nueva cuenta en ejes de la vida nacional como la Seguridad Pública: ¿marcha de forma adecuada este aspecto fundamental? Más aún, ¿cuáles son los efectos y secuelas en todos los órdenes y asuntos trascendentes para nuestro país, a nivel micro y macrosocial?

Respondámonos los mexicanos a los cuestionamientos que día a día nos formulamos: ¿se han emprendido, a esta fecha, las líneas idóneas para solucionar aquello que tanto nos aqueja?

¿Estamos en el proceso claro, preciso y bien conformado para, en su caso, corregir estructuras y personas que habrían de atender dicha realidad? ¿Nos hemos acostumbrado al incremento de la delincuencia y a que su incidencia nacional sea únicamente materia de estribillos de diaria repetición y, por ello, de aceptación consciente o del propio subconsciente? ¿Hemos de aceptar ya como fracaso la actuación de quienes habrían de corregir el fenómeno? ¿Existe hoy el deseo y el tiempo para modificar matices tan altamente preocupantes? Ahí lo dejo.

Viremos ahora la mirada hacia la esfera de la salud, derecho básico del ser humano, donde nos encontramos en la antesala de vacíos y carencias al grado de desabasto y deficiencia en la atención al público. ¿Cómo se auto percibe el personal responsable? ¿Acaso aislado y marginado? En consecuencia, ¿no se hayan limitados para cumplir con funciones que el paciente demanda por su condición y prerrogativas?

Como egresado de esos panales de sabiduría que son los Institutos Nacionales de Salud, me resulta penoso leer y, más aún, comprobar la enorme frustración tanto de organismos como de profesionales del entorno médico. Cotidianamente expresan su aflicción, la falta de suministros y la insuficiencia de personal; desde los Hospitales de Alta Especialidad hasta las clínicas más remotas y modestas del antes reconocido Sistema Nacional de Salud. Peor aún, padres y familiares de pacientes se manifiestan en las calles exigiendo lo que ahora no es posible ofrecer.

No incidiré más en otros temas porque detesto abordar aspectos en los que no me considero necesariamente un experto; pero estoy cierto de que quienes ahora dan lectura a estas líneas, hurgan ya en su pensamiento acerca de uno y cien tópicos más.

Señor Presidente de la República, Lic. Andrés Manuel López Obrador: me dirijo a título personal, pues durante muchos años construí y concreté una gran amistad con usted y no puedo dejar de expresarle mi verdad y apreciación. No pongo en duda sus mejores deseos y fenomenales esfuerzos para ordenar a todos los mexicanos; es más, nos ofrece lo mejor de su pensamiento y espíritu. No obstante, me pregunto si recibe la información tan necesaria para subrayar y evaluar diversas acciones tomadas en su administración o las propias que sirven para poner en marcha mecanismos correctivos. No está en mis manos ofrecer la respuesta a tal interrogante.

Toda estrategia es mejorable y, como servidores públicos y seres humanos, también somos perfectibles; para ello sólo es exigible apertura de alma y entendimiento. Todos los individuos, como usted y como yo, llegamos un día al desenlace de la vida; nadie queda marginado a dicha condición y realidad. Sin importar la trayectoria, incluso, todos rendimos cuentas ante esta inobjetable ley, por lo menos de cara al fuero interno. Usted es único como ser humano; único en su responsabilidad y, como tal, habrá de responder antes o después: usted, sólo usted, del todo.

Cuente con nuestra confianza y nuestro aprecio, Sr. Presidente.

 Ex Comisionado Nacional de Seguridad y
ex Comisionado Nacional Contra las Adicciones.

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