Para combatir al crimen organizado es necesario entenderlo. El mafioso es un animal territorial por lo que la violencia que padece Culiacán es esencialmente una lucha por la ciudad entre las dos facciones principales de Sinaloa.

La crónica de María Scherer y la entrevista publicada por Proceso este febrero nos ilustran que el fundador del cártel de Sinaloa, Ismael “El Mayo” Zambada, no andaba huyendo. El también conocido como “el señor del sombrero” se manejaba discreto en sus ranchos y “muy pocas veces salía de sus terrenos”.

El Mayo es territorial y gusta de su zona histórica, su espacio vital, el ejido El Álamo donde nació al sur de Culiacán, región que convirtió en su feudo, según narra la revista Proceso.

Por décadas, el líder de capos estuvo en Sinaloa como en su casa y aquí el gobierno federal fue un simple turista. “Sin acciones policiales o militares detrás de él y favorecido por la política de López Obrador de abrazos no balazos”, nos dice Jorge Carrasco, periodista de la revista.

Así, este principio de territorialidad mafiosa implica una capacidad de control político (votos), económico (recursos) y social (mediación). El dominio del territorio es muestra de poder, y para mantener este control la mafia requiere de un anclaje político, efecto de la corrupción. Por esto decimos que no existe crimen organizado sin apoyo institucional.

“No hay mafia que perdure sin la complicidad política”, nos dice el comisario Gayraud en su libro El G-9 de las mafias en el mundo. “Toda mafia busca neutralizar la represión estatal y, además, captar los fondos públicos manejados por el poder político”, concluye Gayraud. Es por esto que se hacen relevantes las declaraciones del periodista Luis Chaparro citando a agentes federales estadounidenses a cargo de la seguridad de Zambada, en las que señala que este capo mantenía vínculos con la clase política mexicana.

Chaparro, en su reportaje del portal Pie de Nota y en entrevista radiofónica con Azucena Uresti, apunta que desfilaban personajes políticos y figuras públicas ante Zambada. Especialmente citó al exgobernador Malova (Mario López Valdez), a quien le dio apoyo e hizo favores. Y al preguntársele por el actual gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, el agente rió al tiempo que reveló: que también lo recibieron “cuando fue a pedir chichi”.

Las relaciones entre la mafia y la política tradicionalmente son relaciones de trueque: la mafia demanda seguridad e impunidad, así como acceso a contratos públicos y privilegios; y a cambio, los políticos reciben dinero y votos.

Sin embargo, la frase externada por Zambada al decir que lo recibió “cuando vino a pedir chichi” nos ilustra el poco respeto que los capos mafiosos tienen hoy por nuestra clase política corrupta, la que parece haber pasado del intercambio a la subordinación.

Chichi en lenguaje sinaloense significa teta, ubre; y “pedir chichi” implica una súplica, implorar que te permitan mamar.

En Sinaloa se sabe que han desfilado con el Mayo gobernadores como Juan Millán, Jesús Aguilar Padilla, Malova y Rocha Moya, que fueron “a pedir chichi” para poder llegar al poder, por eso Zambada siempre contó con la protección de las policías estatales en estos sexenios. Un Estado ausente, ineficaz o cómplice fue garantía de longevidad para el poder del Señor del Sombrero.

Así pues, cuando los votos son cruciales ¿a quién obedecen los políticos? ¿a sus electores o a los narcos que tienen el control del electorado?

Ingeniero industrial y empresario

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