¿Cómo juegan esos tipos? A ver: el lateral derecho debe ser, todo el partido, lateral derecho, hacer lo que debe, y no andar rematando en los corners (así se llamaban los actuales tiros de esquina) ni, de repente, fuera de toda lógica, jugar como medio atacante o, peor tantito, largarse a correr con el balón por el lado izquierdo con relación a la portería contraria, mientras que el extremo de ese rumbo baja a la defensa central y otro se abre para cubrir al fugitivo de su puesto. ¿Cómo le hago para marcar a un centro delantero que, sin aviso, se pone a repartir juego en la media cancha, mientras el medio de contención hace una pared al filo del área con el defensor disfrazado de punta izquierda, y saca un zurdazo cuando todo mundo sabe que su pierna buena es la derecha?

Eran los años en que el equipo de Holanda cimbró al futbol tradicional, y la Naranja Mecánica nos regaló otra forma de concebirlo, complicada para los rivales e incluso para quienes éramos aficionados; en absoluto trivial para los que así se desplazaban por el campo; todo un reto para los entrenadores y una delicia cuando aprendimos a verlo: se le llamó futbol total. Fue bisagra entre una época y otra. Marcó un antes y un después.

¿Y qué tiene que ver todo eso con la educación? Mucho: en la propuesta del actual gobierno, se propone abandona el enfoque basado en disciplinas aisladas, para lograr, con base en problemas complejos y situados, conducir el aprendizaje por la senda de la interdisciplina. Es decir, algo similar —toda analogía es imperfecta— a dejar la manera de jugar atado al puesto (en este caso la biología, la matemática o la física) para conjuntar las miradas en un enfoque que construya un objeto de conocimiento, una situación de aprendizaje, que no es propia de ninguna, sino resultado de un tipo de relación que tampoco surge de yuxtaponerlas, sino de algo muy complicado: integrarlas. Algo así como un modo de armar procesos pedagógicos totales. La Naranja Mecánica educativa.

Hay que tener mucho cuidado: el futbol total se imitó, sin las exigencias, condiciones y creatividad de los chavales de los Países Bajos, y resultó una propuesta espantosa y estéril: jugar todos en bola, sin un orden desordenador de lo previsto, inteligente y planeado, sino todos tras el balón, apelmazados, estorbándose los unos a los otros, encimados. No es, ni de lejos, lo mismo, aunque así se denomine el esperpento.

La idea de la interdisciplina es atractiva. No partir a la realidad en parcelas que denominamos disciplinas se antoja mejor camino, pero, al igual que en el futbol, el gran riesgo es que las y los profesores, al perseguir esas bondades teóricas, hagan abordajes aditivos de sus saberes, se dividan partes de los cursos, y dejen al alumnado sin los conocimientos elementales de cada asignatura, enredados en el empalme irreflexivo que, por sumatoria, se considera interdisciplinario.

Es muy difícil el proceso de articular a las materias en una mirada acorde con la interrelación de los fenómenos naturales y sociales que, en efecto, no están separados por los límites de las ciencias. La cuestión, creo, es si vamos a la construcción de un enfoque global, o a la suma desordenada de las partes.

La apuesta por entretejer los campos del saber especializados, consistente con la complejidad del mundo social y natural, es enorme e implica modificar, a fondo la formación inicial en las normales y generar condiciones de estudio renovado para quienes ya están en las aulas. ¿Va en serio o en bola?

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
mgil@colmex.mx
@ManuelGilAnton

 

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