En el mundo educativo, aunque no sólo en ese espacio de la vida social, es necesario distinguir estas tres palabras para establecer, de forma adecuada, sus vínculos. Mucho de lo que habrá que discutir en el futuro inmediato tiene que ver con la forma en que estas nociones se entiendan y relacionen.

Hace años, Manuel Pérez Rocha —para mi fortuna maestro y amigo—, en la que era su oficina alterna cuando fue Rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, me dio una lección que siempre he de agradecerle: Tocayo: no hay que confundir mérito con logro; no pierdas de vista, nunca, la importancia del esfuerzo.

El logro es el nivel alcanzado por alguien en una escala ordenada de menos a más. El esfuerzo, es la cantidad de energía invertida en ese movimiento. Si consideramos que quien alcanza a llegar al nivel superior tiene más mérito que alguien que, al mismo tiempo, arribó a un nivel intermedio, nos equivocamos al no tomar en cuenta el punto de partida. En una sociedad como la nuestra, en que la desigualdad de condiciones de origen al emprender el trayecto es muy grande, es un error, y grave, considerar que el logro obtenido es la medida del mérito correspondiente.

En una carrera de cien metros planos, un atleta arranca en el metro 50, mientras que otro lo hace 25 metros antes de la línea de partida. ¿Quién llegará primero a la meta? El que inicia con tanta ventaja, sin duda. Llega primero y más pronto —ese es el logro— pero con un esfuerzo menor que el que emprende la carrera desde tan atrás. Pongamos por caso que, cuando el ganador llega a la meta, el otro apenas está a 40 metros de alcanzarla: su logro es menor, pero ojo: en el mismo tiempo, uno corrió 50 metros, y el otro 85. El esfuerzo que realizó el que perdió fue mayor pues, además, lo hizo más rápido. Si el vencedor empleó 10 segundos, su velocidad fue de 5 metros por cada fracción; el derrotado, en el mismo lapso, se desplazó a 8.5 metros por segundo. Entonces, la noción de mérito ha de referirse al esfuerzo que implica, pues el logro depende, y mucho, del punto de salida.

Para una persona con estudios superiores e ingresos abundantes, el que sus hijos alcancen ese mismo nivel puede significar menor esfuerzo que el que tuvo que hacer alguien que, sin primaria completa y con un sueldo bajo, consigue que su hija termine la secundaria. De nuevo: el que llegó más lejos (logro) hizo un menor esfuerzo relativo que el que consiguió avanzar 7 años menos de asistencia a la escuela.

La atribución de mayor mérito, definido por el diccionario como: “Acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza”, en función del logro alcanzado, sin considerar las desiguales condiciones al inicio, es incorrecto. La meritocracia acrítica, que no toma en cuenta la inequidad de esas circunstancias, legitima la desigualdad bajo el supuesto de la igualdad de oportunidades. Suelo parejo: es el mismo examen para todas las personas que quieren estudiar en equis prepa, y en tres horas, máximo, sin excepción. ¿Más justo? Imposible. Es cosa de echarle ganas. Ponle empeño, dale duro, supérate: ¡sí se puede!

A esfuerzos equivalentes (al menos), o muy distintos, le siguen logros incomparables que, además, ahondan la desigualdad futura pues el que “gana” acumula más ventajas para el paso siguiente. Y, para colmo de males, la ausencia de méritos es responsabilidad exclusiva del sujeto: te dimos la oportunidad. La tenías, era tuya, estaba en tus manos y la dejaste ir. ¿Ni hablar? No: es un tema crucial.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México mgil@colmex.m @ManuelGilAnton

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