Cada día, en México, más de 2 millones de personas se trasladan a una escuela a trabajar. Su labor común es la docencia. Cuando el Estadio Azteca, en un lleno hasta las lámparas, daba espacio a 100 mil espectadores, ese conjunto equivalía a 20 Aztecas repletos. Son datos oficiales del ciclo escolar en curso.

El 57% (1.23 millones en números redondos) asiste a un salón en la educación básica, que va desde la inicial —a partir de pocas semanas luego de nacer hasta los 2 años y 11 meses—, pasa por el preescolar, la primaria y la secundaria, cuando se rondan los 15.

En el siguiente tramo, la media superior, contamos con 424 mil profesores y profesoras, que significan 19 de cada centena. Y en el nivel superior (Normal, licenciatura y posgrado), hay 519 mil, 24% del total.

¿Qué cantidad se preparó, de manera especializada, para la compleja tarea que significa coordinar ambientes de aprendizaje, es decir, estudiaron y practicaron, para obtener la licencia de hacerlo, los saberes y destrezas que lleva consigo? Un primer cálculo podría ser la suma de quienes participan en la inicial, el prescolar y la primaria: 816 mil, equivalentes al 37%. Ya en la secundaria, hay una combinación de especialistas en la pedagogía de sus materias, y personas que estudiaron una profesión y dan clases en esos tres años. Supongamos que son la mitad. Entonces, se añaden a los anteriores otros 211 mil, lo cual nos lleva a 1 millón.

Es adecuado, pese a lo grueso de estos datos, caer en la cuenta de que el servicio docente cuenta con un poco menos de la mitad de profesionales certificados como tales, 4.7 de cada 10. El resto, al menos la mitad, somos gente que estudió algo, y que, por ello, sin la preparación para el oficio, nos paramos frente a un salón e intentamos lo que, en el saber común, se conoce como enseñar. En cuanto a pedagogía y didáctica, somos ignorantes: amateurs.

Es un problema que arrastra, desde hace décadas, el sistema de la educación en el país. No paso por alto los esfuerzos que se han hecho, y se realizan, por subsanar esta carencia, pero hasta donde me es posible saber, no son suficientes para el desarrollo de nuestras actividades en las aulas. No es la o el mejor maestro, expresó Andoni Garritz, quien tiene el dominio de un saber, sino quien cuenta con el dominio pedagógico del contenido a enseñar.

Por otra parte, las condiciones de trabajo más o menos adecuadas —contratos estables, prestaciones, reconocimiento de antigüedad y jubilación—, aunque con problemas varios, y no triviales, existen para dos conjuntos: las y los colegas de la educación básica tal como los he acotado, y el 30% de quienes están en el nivel superior: 1 millón los primeros, más 156 mil los segundos. Acabalan 1,156 mil, esto es, 53%. Rebasan, por poco, a la mitad.

Sólo estas dos consideraciones hacen imprescindibles procesos de regulación pública en cuanto a capacidad para la docencia, y condiciones laborales. Habilitación seria para ser docentes requiere la mitad de este conjunto, cerca de 1 millón, y dotar de contrataciones dignas para una cantidad similar.

Es inmenso el reto que esto significa. A su vez, enmendar la situación para que no estén en estas circunstancias quienes renovarán poco a poco la planta docente nacional, tampoco es sencillo. Entre otros, este es un reto para las autoridades, difícil, sin duda, pero imprescindible. Del tamaño de la problemática será, si se atiende, el impacto para mejorar la educación en nuestra tierra. Urge advertirlo, entenderlo, y actuar ya.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México mgil@colmex.mx @ManuelGilAnton

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