El actual proceso de renovación de la rectoría de la Universidad Nacional ha sido inédito, y su novedad proviene, a mi juicio, de la inesperada irrupción de una candidatura que no respetó —en buena hora, porque es del todo innecesario— los usos y costumbres considerados inmutables para ser factible.
La tradición indicaba que las posibilidades de llegar, al menos a la fase de entrevistas, crecían en la medida en que se omitiera toda crítica a la situación en la que está la UNAM. A su vez, que no se expresara, ni por asomo, alguna idea de cambio, pues se había establecido en la institución que cualquier modificación —en las prioridades, las formas de gobierno o los procesos de participación de la comunidad en la vida académica, por mencionar algunos temas— era un atentado contra la estable estabilidad del estatus quo construido, para su beneficio, por añejos grupos de interés. ¿El (o la) que se mueve, no sale en la foto?
Esto es una enorme paradoja, pues en la búsqueda de ocupar la rectoría, era necesario mantener una actitud opuesta a la que caracteriza a la universidad: ser el espacio privilegiado de la crítica, impulsora central del cambio y la definición argumentada de rumbos posibles para sí misma —por autónoma— y para el país —por nacional.
Con base en un conocimiento profundo de la historia y complejidad de la UNAM; a partir de experiencias relevantes en la defensa de sus mejores valores; retomando la reflexión que ha realizado durante muchos años sobre los actores, procesos y estructuras universitarias, y sin ataduras con las altas esferas del poder interno o externo, Imanol Ordorika comunicó su interés en ocupar la rectoría con base en la atención prioritaria a seis dimensiones. No solo fue el primero en hacerlo, sino el que modificó, con un discurso fresco, crítico y propositivo, la agenda tradicional. Todas y todos los aspirantes tuvieron que tratar esos temas, que sin el acicate de su programa hubieran sido ignorados o considerados menores.
Poner, por ejemplo, en primer lugar, la recuperación de la centralidad de la docencia y la relación con las y los estudiantes, implicó que se abordara este tema no solo entre quienes aspiraban a la rectoría, sino en toda la UNAM y en el resto de las instituciones de educación superior del país. Lo mismo ocurrió con la propuesta de equidad de género y el rechazo a todo tipo de discriminación; o la necesidad de incrementar la participación de los y las universitarias en la toma de decisiones y en el nombramiento de las autoridades.
Marcar la agenda, con ser muy importante, no hubiera bastado. Además, empleó un modo de diálogo con las comunidades en que proponía su programa para que se enriqueciera: fue a las escuelas, colegios, facultades, centros e institutos. Lo hizo con base en convocatorias libres, no como en otros casos en que, jalados por su ejemplo, se empleó el aparato directivo para promoverlas.
Si es la persona que, en el proceso previo a las entrevistas, puso en la mesa los temas cruciales que todas y todos los demás aspirantes abordaron; si fue a auditorios, salones o patios —donde fuese posible— a exponer sus ideas y escuchar otras con atención; si entiende que no hay mayor riesgo para la UNAM que permanecer inmutable, y propone que en el cambio consensuado desde abajo se encuentran las claves de su futuro y estabilidad productiva de cara a la sociedad y el mundo, entonces el Dr. Ordorika es, a mi juicio, la persona más indicada para ocupar la rectoría en los próximos cuatro años.