La infancia es una etapa en la que los pequeños deben desarrollar varias habilidades, con base en el juego, el aprendizaje, la convivencia con sus pares en la escuela, siempre rodeados de cariño y respeto a sus derechos humanos. Por ello mismo, es deplorable que aún persista el trabajo infantil como una manera de explotación de niños, niñas y adolescentes, que mutila de manera terrible su desarrollo y cercena sus derechos a una vida plena. La Organización Mundial del Trabajo considera a este fenómeno como una plaga que debe ser erradicada, pues la niñez tiene derecho a crecer con la plena garantía de no verse obligados a trabajar para contribuir con el ingreso de sus familias.
Este tipo de esclavitud de los pequeños se presenta a nivel mundial, en algunos países con más matices que otros, pero persiste en todas las naciones y también en México, donde, según el Índice de los Derechos de la Niñez Mexicana, 2022, hay condiciones generalizadas de incumplimiento de los derechos de los niños. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) el 14.7 por ciento de las niñas y los niños en situación de trabajo infantil, cubrían jornadas de más de 48 horas semanales; mientras que el 12.4 por ciento lo hacen en periodos de 36 y hasta 48 horas por semana.
Estará usted de acuerdo conmigo, amable lector, que todas las niñas y niños deberían estar en las escuelas, estudiando, y jugando y socializando con sus compañeros, pero, como vemos, en cientos de miles de casos, no es así. El trabajo infantil como obligación es una muy triste realidad en nuestro país para 3.7 millones de pequeños y pequeñas que son explotados y explotadas todos los días de distintas maneras que rayan en la esclavitud; por eso, más que trabajo infantil, debería tratarse a esta práctica como maltrato, abuso, violencia, explotación que se ejerce en sitios donde se contrata a niños y niñas en condiciones infrahumanas y pagando salarios miserables.
No está por demás recordar que la Declaración Universal de los derechos Humanos de 1948 consigna tres derechos fundamentales de la niñez: el derecho a que su interés superior guíe a la familia, la sociedad, el Estado, las organizaciones internacionales y demás instituciones de protección. El segundo: que goce de una protección especial y cuente con oportunidades para desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente. Y el tercero: que sea protegido contra el abandono y contra todas las formas de explotación; en consecuencia, amables lectores, la niñez tiene derecho a recibir el cuidado, la protección y manutención adecuadas y la obligación de sus padres, de las personas y las instituciones a cumplir con ello.
Desde luego que como sociedad no estamos cumpliendo cabalmente con estos preceptos. De ahí la necesidad de cambiar el rumbo con el cuidado de nuestros niños, niñas y adolescentes incluidos en esos 3.7 millones que padecen el trabajo infantil como forma de explotación. Cuidemos el valor más preciado que nos puede ofrecer una niñez sana y socialmente satisfecha. No sigamos tolerando esta práctica nociva que está produciendo jóvenes rencorosos con una sociedad que no los protegió de la explotación, que no les brindó el amor necesario para crecer con felicidad.
Es obligatorio que juntos, sociedad y autoridades, construyamos una nueva actitud alejada del discurso y las meras intenciones, y cuestionarnos, primero, qué está pasando con nuestra niñez para después construir los caminos y aprovisionar a ese sector tan importante de la protección suficiente que le brinde los mejores estándares de vida feliz que merecen.
Hasta la próxima.