Hace unas horas la Cámara de Diputados decidió que Cuauhtémoc Blanco conservaría su fuero, a pesar de estar acusado de intento de violación. Con 291 votos a favor, el pleno blindó no solo a un político, sino a todo un sistema que sigue priorizando el prestigio masculino sobre la palabra de las mujeres. ¿Cuántas veces más tendrá que repetirse este patrón para que entendamos que no basta con ocupar espacios si no podemos transformar el poder desde dentro?
Lo que se votó no fue solo una protección legal: fue una declaración de impunidad. La política institucional sigue operando bajo el mandato de la masculinidad hegemónica que Rita Segato ha denunciado: esa que convierte el poder en un ejercicio de dominio sobre otros cuerpos, casi siempre el de las mujeres. Legisladoras feministas de distintas bancadas hicieron lo que pudieron. Votaron en contra, hablaron fuerte, se indignaron con razón. Pero la aplanadora del patriarcado legislativo volvió a imponer su lógica de protección entre pares. ¿Y luego se preguntan por qué tantas mujeres ya no creen en la justicia ni en las instituciones?
Morena tiene una responsabilidad política y simbólica en esta decisión. Mantener en sus filas a un hombre con una acusación de este tipo no es solo un acto de omisión: es una complicidad activa. Marcela Lagarde nos enseñó que el feminismo es ética de la libertad. ¿Qué libertad hay para las víctimas si el agresor tiene más protección que ellas? ¿Qué transformación puede presumir un movimiento que prefiere sostener a un acusado antes que permitirle a un juez investigarlo con imparcialidad? No, no hemos llegado todas. No cuando el poder sigue siendo un club de hombres que se cubren las espaldas entre sí, incluso cuando el crimen que se señala es la violencia contra una mujer.
@MaiteAzuela