Si de algo ha carecido esta administración federal es del respeto a las prácticas e instituciones democráticas, así que no sorprende que el propio presidente de la República haya hecho pronunciamientos y haya participado en eventos de promoción de quien considera su sucesora. La simple idea de designar al sucesor resulta autoritaria.
Especular sobre los presidenciables perpetúa la cultura priista del dedazo y la designación por lealtad en lugar de dar paso a mecanismos democráticos al interior de los partidos. Quizá no han tomado nota de que, desde su fundación, Morena ha estado inmersa en disputas internas: por la dirigencia, por las candidaturas, incluso ha habido acusaciones de fraude, imposición y renuncias de la militancia.
Basta revisar las impugnaciones ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, tras el proceso electoral 2020-2021. Morena es el partido con mayor número de impugnaciones presentadas por los propios morenistas. Al Trife llegaron 5,755 impugnaciones, de las cuales Morena es acreedora a 83%.
Si, como anuncia Mario Delgado, Morena emitirá la convocatoria correspondiente para la candidatura presidencial en 2024, cualquier apuesta por alguno de los designados podría ser riesgosa una vez que la decisión quede en manos del partido. El liderazgo de López Obrador cuando no sea más el jefe de jefes, se verá puesto a prueba. La realidad es que ya designó a su candidata, sin escuchar a la militancia de su partido y sin calcular las divergencias que quienes manejan la operación de voto duro pueden generar.
Otra posibilidad es que la sobrada exposición de su designada le provoque tal desgaste y resistencias en el partido, que lo obligaría a tener una opción distinta bajo la manga.
Son tres las crisis que Sheinbaum ha enfrentado. A pesar de que se ha tratado de restarle responsabilidad a su gobierno con el colapso de la línea 12, no será fácil escaparse de este sombrío referente. Además del costo político que ya está pagando con la imposición de gente de Martí Batres dentro de su equipo, por la pérdida de 9 alcaldías en la Ciudad de México. Quizá porque los estrategas de Morena son incapaces de ver que ese voto de castigo más que ser contra Sheinbaum era contra el presidente. Por último, no hay que olvidar lo sucedido con el colegio Rébsamen.
Frente a una oposición timorata, carente de proyecto y sobre todo de líderes con legitimidad, se plantea incluso la posibilidad de que Marcelo Ebrard o algún líder morenista abanderen candidaturas de la “oposición”. Con lo cual, de alguna forma, López Obrador tendría jugadores de ambos lados de la cancha.
Entre la necesidad de López Obrador de definir el futuro de palacio nacional cuando lo haya abandonado y la ansiedad presidencial de Sheinbaum y Ebrard, se han olvidado de que mientras se concrete el próximo candidato aún tienen responsabilidades en sus cargos que no deben abandonar por andar en campaña.
López Obrador sabe que está en la etapa más complicada de su administración.
Ante la ausencia de un proyecto de nación, lo que se ofrece es la continuidad sostenida en las lealtades bien afianzadas. Lo que quizá no está bien ponderado, desde el olimpo de las designaciones, es que Morena no responderá a un solo hombre, sino que, por su conformación, es un conjunto de grupúsculos que atienden instrucciones de sus propios líderes y suelen desconocer a quienes van abandonando el poder. Aunque tienen bien arraigados muchos métodos priistas, no han consolidado mecanismos de consenso que les permitan en pleno proceso sustitutorio, renunciar a los intereses de su subconjunto. A medida que avanza el sexenio, el poder del presidente disminuye y la idea de hegemonía presidenciable desaparece, los integrantes empiezan a apostar a conveniencia propia, con cálculos que no admiten ceder espacios de articulación política en territorio, experiencia que ni Marcelo Ebrard ni Claudia Sheinbaum han tenido durante sus trayectorias políticas. Ellos, a diferencia de Ricardo Monreal o Martí Batres, son políticos de escritorio, técnicos más que rudos.
@MaiteAzuela