En las guerras, los hospitales colapsan. Se improvisa. Se sobrevive. Pero en México, la guerra nunca fue declarada y, sin embargo, hay trincheras disfrazadas de clínicas. Ahí, donde el dolor se atiende con lo que hay: frascos reciclados, bolsas de plástico, cinta adhesiva, rezos.
Un recién nacido en Macuspana —la tierra del presidente que juró dejarnos un sistema de salud de primer mundo— fue atendido con una botella de agua cortada por la mitad. Una estructura improvisada, sujeta con la tapa azul de un garrafón, sustituyó al equipo médico que nunca llegó. No era una campana cefálica: era una alegoría del país. El emblema de lo que somos cuando lo público se desmantela con discursos.
El México donde se apagan quirófanos por falta de luz, donde farmacias públicas se vacían y los hospitales sobreviven más que curan. Un país donde las batas blancas son escudos contra el abandono, y los aplausos reemplazan al presupuesto.
Pero la tragedia no es solo la botella. Es que a nadie le sorprendió. Porque en este país la improvisación dejó de ser recurso de emergencia y se convirtió en política de Estado. Cuando los médicos hacen milagros con lo que tienen, se les castiga. Dos directivos del IMSS fueron destituidos, no por negligencia, sino por atreverse a exponer lo que desde Palacio se niega: que el sistema de salud está roto.
Durante este sexenio, el presupuesto federal para atención médica pasó de 90 mil millones en 2018 a 71 mil millones en 2023. Mientras se enterraban los restos del fallido INSABI, aumentaban los recursos para el Ejército y los megaproyectos presidenciales. Entre 2018 y 2022, el número de personas sin acceso efectivo a servicios de salud pasó de 20.1 millones a 50.4 millones, según CONEVAL. No son cifras: son cuerpos. Son historias interrumpidas.
¿Y qué nos dice la imagen del bebé de Macuspana? Que ni en la cuna del poder hay garantías. Que si ahí falta el oxígeno, qué quedará para quien vive más lejos, más pobre, más invisible.
El desabasto no es coyuntura, es estructura. Ha sido documentado por periodistas, sí, pero también por los propios médicos. En 2021, miles de trabajadoras y trabajadores de la salud marcharon para exigir condiciones dignas, insumos, respeto. El colectivo #YoSoyMédico17 volvió a sonar, reclamando lo que nunca debieron mendigar: guantes, jeringas, seguridad. En 2022, personal del IMSS y del ISSSTE denunció públicamente la falta de medicamentos oncológicos, de insulina, de agua potable. El Estado no respondió con soluciones, sino con silencio. O peor: con sanciones.
Porque admitir que el sistema está colapsado implica reconocer que la promesa de un país justo no se cumplió. Y eso, en tiempos de propaganda diaria, es imperdonable.
¿Quién responde por los niños que empiezan su vida con una botella en la cabeza? ¿Por las mujeres que dan a luz en pasillos? ¿Por los viejos que mueren esperando una receta? Nos estamos acostumbrando. Y eso es lo más grave: que ya no nos duela. Que dejemos de exigir. Que callemos.
La imagen de ese bebé no necesita pie de foto. Es el pie de página de un sexenio que juró sanar al país y terminó dejando cicatrices más profundas. La salud es un derecho. Y los bebés, incluso los de Macuspana, merecen algo más que sobrevivir.
@MaiteAzuela