El resultado de las elecciones del pasado domingo no puede explicarse sin los imbricados vínculos entre el PRI y Morena (PRIMOR). López Obrador, como muchos otros políticos que se fueron a la oposición, se formaron y aprendieron a hacer política en las filas del PRI. Ahí también aprendieron también las mañas y las perversidades del poder.
A partir de la Revolución Mexicana se gestó un proyecto de país con dos ejes: un sistema democrático representativo y un proyecto de economía de mercado con amplia participación estatal y con orientación social. El proyecto económico funcionó bien hasta los setentas y hubo un enorme avance en las construcción de instituciones sociales del Estado (educación, salud, vivienda, etc.) pero la democracia se mantuvo más de forma que de fondo. Todo esto sucedió con un solo partido en el poder, el PRI, cuya supremacía fue indiscutible hasta los ochenta.
En los ochenta, los dirigentes del PRI adoptan el enfoque neoliberal, lo que permite a México una inserción más moderna en la economía mundial, pero con dos enormes fallas: insuficiencia en lo social (igualdad y pobreza) e insuficiencia en el avance de la consolidación democrática; ¿hubiera cambiado esto con Luis Donaldo Colosio como presidente? es algo que nunca sabremos.
El PRI del siglo XX alcanzó su fecha de caducidad. En ausencia de un golpe importante de timón, el mismo grupo priista siguió gobernando hasta entregarle el poder al PAN en el año 2000. Sin embargo, la continuidad de las políticas no resultaría suficiente para corregir los errores del pasado y marcar nuevos derroteros. Mientras esto sucedía, el México bronco estaba listo para que alguien lo viniera a despertar. Ese alguien fue López Obrador, que durante 18 años se dedicó a denunciar y descalificar a los gobernantes anteriores (olvidándose que él era uno de ellos).
Los políticos del PAN no lograron consolidarse en el poder ni armar una eficiente maquinaria electoral y en 2012 pierden las elecciones frente al PRI. El PRI regresa al poder con los más fraguado de los vicios del antiguo régimen y lleva la corrupción a la estratosfera. Perfecto para López Obrador, pues ese era el eje de su narrativa electoral.
Algunos priistas, muy acostumbrados a moverse en las orillas del oportunismo del poder, se dan cuenta de que para protegerse y cuidar sus interese su mejor opción es Morena e inician la cruzada contra Anaya, el candidato del PAN. Sabían que los panistas eran un hueso más duro de roer, pero que López Obrador estaba dispuesto a negociar lo que fuera y con quien fuera, con tal de llegar al poder. El acuerdo dio sus frutos. A pesar de haber sido la lucha contra la corrupción la principal bandera de campaña de López Obrador, a la fecha no hay un solo funcionario del PRI en la cárcel o en proceso judicial por corrupción.
Lo que resulta más significativo son las similitudes en la forma de gobernar entre el PRI de hace sesenta años y el actual gobierno de Morena: altos niveles de impunidad (corrupción sin límites), concentración del poder; manejo discrecional de los recursos; asignación directa de obra pública, ausencia de rendición de cuentas y opacidad en la información gubernamental.
Con dos preocupante añadidos por parte de Morena. Por un lado, la ineptitud e ineficiencia del aparato del Estado y el deterioro del andamiaje institucional. Los priistas si se preocuparon por
construir instituciones. Por el otro, la cooptación de los otros poderes del Estado y de las instituciones autónomas. Esta búsqueda de la concentración total del poder es mayor hoy que hace sesenta años, lo que pone seriamente en riesgo a nuestra endeble democracia.
En el escenario actual ni los políticos ni los partidos tradicionales parecen adecuarse a la realidad de México. Increíble que lo haya hecho mejor un partido con los peores vicios del PRI, pero con una mejor manera de conectar con la población.
Toda realidad es susceptible de cambio, para bien o para mal. Los ideas de cambio se originan en el análisis de la realidad, de donde surgen propuestas y planes alternativos. Las propuestas de cambio se generan usualmente en la oposición, en particular en los centros de pensamiento y en la sociedad civil organizada. Buen cuidado ha tenido el actual presidente en sofocar los centros de pensamiento y obstaculizar en todo lo posible a las organizaciones de la sociedad civil.
México es un país plural y diverso y de ahí emana su mayor atractivo y su mayor potencial. El México bronco no es privativo de una clase, una región o una etnia, es la predisposición que llevamos todo los mexicanos a manifestar nuestra inconformidad y a buscar alternativas. La migración económica a Estados Unidos es clara muestra de ello. La tenacidad y la consistencia son fundamentales. No podemos quedarnos en las lamentaciones si en verdad deseamos ver un México mejor.