A 300 días de haberse iniciado el conflicto armado más reciente entre palestinos y el Estado de Israel, la perspectiva de un cese al fuego no aparece en el horizonte inmediato y la de una paz duradera se ve francamente remota. La ola de destrucción de la ofensiva israelita, en represalia por el ataque de Hamas en octubre 2023, no tiene precedente.

Adicional a las cifras de muertos y heridos que rebasan ya los 50 mil, la mitad de los edificios y las comunicaciones en la franja de Gaza están destruidos, 400 mil hogares dañados o desparecido, los hospitales no funcionan y las escuelas están cerradas. De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, reconstruir lo destruido costaría al menos 18 mil millones de dólares, que obviamente no existen para estos fines.

Las tropas israelitas ocupan actualmente el 26% del territorio de Gaza, concentradas en la zona más habitada en el centro de la franja y en la frontera con Egipto. La entrada y salida de Gaza está restringida y es controlada por el ejército israelí, lo que convierte este territorio en la prisión más grande del mundo. Se estima que alrededor de 100 mil palestinos, de los 2.1 millones que ahí habitan, han logrado salir de Gaza haciendo uso de sus exiguos ahorros. La mayor parte del territorio de Gaza es tierra de nadie pues prácticamente no existe seguridad pública. En contraste, en la mayor parte del territorio israelí, la vida cotidiana es lo más cercano a la normalidad. Una guerra asimétrica, en todos aspectos.

En la coyuntura podemos responsabilizar al gobierno de ultraderecha de Israel y al extremismo de Hamas por lo que está sucediendo. Sin embargo, el antecedente histórico a esta tragedia se puede encontrar en la decisión de Naciones Unidas de 1947 de promover y aprobar una resolución que abriera la posibilidad de la creación del Estado judío en territorio palestino sin haberlo consultado y acordado previamente con la comunidad palestina que vivía en esas tierras.

Sin negar las atrocidades por las que había pasado el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial (SGM), los palestinos cuestionaban, con razón, el hecho de que el costo de la compensación por lo que los europeos habían hecho a la comunidad judía, recayera en los palestinos. La partición del 47 contemplaba un territorio palestino en tres partes pero unido por franjas de tierra. En episodios posteriores Israel se encargó de romper esa frágil unidad territorial de palestina y de expandir su propio territorio, haciendo con esto cada vez más inviable la creación del estado palestino.

La resultante hoy en día es un Estado de Israel como país independiente y soberano, con un gobierno central, nueve millones de habitantes, un ejército nacional, y relaciones formales con la mayor parte de lo países del orbe. Por el otro lado, tenemos a una comunidad palestina sin territorio propio, sin soberanía, sin gobierno central y sin un ejército nacional. Los palestinos no cuentan con un pasaporte que los acredite como ciudadanos palestinos. Lo palestinos viven y son tratados como ciudadanos de segunda; en su tierra, controlada por el Estado de Israel y, en el exterior, como refugiados.

A principios del siglo XX judíos y palestinos convivían en Palestina sin mayor dificultad. Hasta 1948 compartían hasta el cementerio. La creación del estado judío sin un equivalente palestino separó, apartó y enfrentó a las dos comunidades, hasta la fecha.

La comunidad judía internacional es una realidad, y lo ha sido desde tiempos inmemorables. No es el caso de los palestinos. En 1948 fue la comunidad árabe la que decidió impedir la creación del Estado de Israel y le declaró la guerra al momento de su nacimiento. Para la sorpresa de propios y extraños, el esfuerzo de evitar la creación de Israel resultó infructuoso. A partir de entonces los países árabes, vecinos de Israel, han manejado su relación con el nuevo Estado en función de sus propios intereses relegando a un segundo plano la causa palestina.

El resultado de esta historia ha sido desastroso para los palestinos, que ahora no tiene ningún posibilidad de reivindicar su derecho a existir como estado independiente frente a un Israel cuyos gobiernos recientes han dado muestra de intolerancia y exclusión, mucho más cercanos a cometer las mismas atrocidades de las que fueron víctimas durante la SGM, que de reconocer las reivindicaciones históricos de los palestinos. Una historia fallida de decisiones de la comunidad internacional, un decepcionante desempeño histórico de Israel y una tragedia para los 10 millones de personas que conforman la comunidad palestina.

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