En menos de dos meses de gobierno el presidente Trump ha mostrado sus cartas en forma clara y contundente. Su idea de que efectivamente es posible engrandecer a los Estados Unidos a costa del resto del mundo, resulta ser la única brújula en sus relaciones con el exterior.
Inició con el anuncio de su plan de apropiaciones: Groenlandia, por sus recursos naturales; el Golfo de México, por los yacimientos petroleros y minerales; el canal de Panamá, por el control y beneficios de su manejo; los puertos peruanos construidos por los chinos, por ser una amenaza a su seguridad nacional. La cúspide de su plan de apropiaciones es Canadá. Desde su arribo a la Casa Blanca sus referencias al primer ministro Trudeau son al “gobernador de Canadá”, en alusión a su idea de que Canadá habrá de convertirse en una estrella más de la bandera de EUA. No se refiere así a México por tenerle más respeto a los mexicanos. Por el contrario, los desprecia y no los considera dignos de ser parte de su gran nación.
En paralelo a las apropiaciones están los aranceles. Trump se imagina que la economía estadounidense que puede ser autosuficiente y tan robusta que puede lanzarse a una guerra comercial contra todos y salir victorioso. En su visón los aranceles no solo le servirán para ganar la guerra económica, sino también como instrumento de presión para lograr otros objetivos. Su primer blanco fueron sus vecinos y socios comerciales, Canadá y México, a quienes les impuso 25% de aranceles a todos sus productos hasta que no se detenga el paso de drogas ilícitas y de migrantes indocumentados, dos metas inalcanzables, al menos por estas vías. Solo con estos anuncios, en México la estimación oficial de crecimiento económico para 2025 bajó de 1.5% a 0.6%.
El tercer componente de su política exterior consiste en apartar a Estados Unidos del multilateralismo y de la cooperación internacional. La desaparición de USAID, la principal agencia internacional de asistencia a desarrollo, con un presupuesto de 40 mil millones de dólares para 2025 y, el anuncio de la salida de organismo internacional como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y el Acuerdo de Paris sobre cambio climático, son clara muestra de la intención de aislarse de los problemas que aquejan al mundo, como si eso fuera posible en el siglo XXI.
En el ámbito migratorio Trump ha anunciado medidas que apuntan a la política más dura y poco hospitalaria de Estados Unidos frente a los migrantes implementada hasta ahora. En contraste, anunció la aparición de la “Golden visa” (visa de oro) para todo aquel que busque ser residente de los Estados Unidos. Ser parta de esa gran nación en su edad de oro tiene un costo de cinco millones de dólares
La alusión a casos específicos llega a los extremos. Hace unos días presenciamos algo inédito cuando en cadena nacional el presidente Trump y su vicepresidente Vance pretendieron humillar y poner de rodillas al presidente de Ucrania. Lo acusaron de corresponsable de la invasión y de provocar con su actitud una tercera guerra mundial. No lograron doblegarlo. Después de tildarlo de irrespetuoso y malagradecido, lo corrieron de la Casa Blanca. Bien por Zelensky.
En el extremo de su plan de apropiaciones está Gaza. Su idea es mandar a todos los palestinos fuera de Gaza y convertir la franja en un destino turístico. Por más descabellado que pueda sonar, no hay que olvidar que para Trump el poder político está para servir al poder económico.
Como presidente de Estados Unidos, Donald Trump esta logrando eclipsar un orden mundial que llevó mas de un siglo construir. Para las paradojas de la historia: Estados Unidos fue su principal artífice. Solo queda espera, que como en todo eclipse, la oscuridad sea temporal y pasajera.
La verdadera tragedia no es que exista un Trump, sino que la mitad de la población del país más poderoso del mundo, ahora polarizado, avale sus decisiones. Las consecuencias no tardan llegar, por lo pronto, el sentimiento antiestadounidense entre gobernantes y gobernados alrededor del mundo, va en escalada.
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